27 marzo, 2008

Fin de vacaciones

Miércoles, 26 de marzo de 2008

No hay mucho que contar, la verdad, pero si no me pongo, las entradas se van alargando en el tiempo y da más pereza ponerse al día. Mi pequeña bitácora, la que en el fondo escribo más para mí mismo que para los demás, requiere cierto esfuerzo a veces, pero después puedo volver atrás y saber qué sentía, qué hacía en aquellos momentos pasados que a veces sí, a veces no, se dice, fueron mejores. A veces sí. A veces no.

Bueno, le siente a quien le siente y como le siente, fuimos a Madrid a pasar un par de días. Necesitaba desconectar de Logroño, porque llevo desde otoño sin moverme de aquí. El cambio era pequeño, pero al menos salía de mi ciudad habitual, tenía tiempo para perderme por Chueca, ver escaparates en la Gran Vía y saludar a un par de amigos o lo que diera tiempo. Aunque la cosa empezó un poco complicada por culpa del alojamiento (a partir de ahora juro que pediré un justificante por fax de cada reserva que haga), han estado bien estos días de turista en la capital. Chueca ha sido nuestro paseo habitual, como buenos mariquitas de pueblo. Hemos entrado en Berkana y Different Life como un millón de veces y este fin de semana, un par de ellas más. Y he encontrado lo que os muestro a continuación:


Ahora no será sólo una imagen que tenga en mi ventanita del messenger, sino que tengo la figurita en mi caótica mesa, mirándome, ofreciéndome su corazón recién sacado del pecho, aún goteante. En cuanto la vi en la vitrina de la tienda supe que iba a comprármela, así que para qué resistirme, ¿no?

Los amigos están bien, la vida sigue adelante y es agradable compartir momentos con aquellos a quienes aprecias pero no puedes ver tan a menudo como quisieras. Oscar y Antonio serán en un futuro un matrimonio de lo más estupendo, no me cabe duda. Si pudiera tenerlos más cerca, me acabaría viciando a las tertulias en su salón con un café a lo George Clooney.



¿Y el resto? Bien, estable. Sólo queda esperar, aunque quien espera, desespera. Nada nuevo, ninguna noticia. Mis cambios de idea y preocupaciones se resumen simplemente en un desconocimiento, en una "nada" que me ronda día y noche, pero que ahora no es mi obsesión sino mi compañera de viaje hacia ninguna parte. Mañana a trabajar. A sonreír. A vender.

20 marzo, 2008

27 vestidos

Jueves, 20 de marzo de 2008

Con "Ella baila sola", que me traen recuerdos lejanos de mi época universitaria, retomo algo que hacía hace tiempo y que había dejado un poco de lado: críticas de la película que acabo de ir a ver. Esta vez, como podéis comprobar, una comedia facilona y romanticona. "27 vestidos". Veamos...

Como digo, es una comedia de las evidentes, que sabes lo que vas a ver y cómo termina, pero aún así te sientas y esperas que tenga algún punto de humor que merezca la pena. Y los tiene, los tiene, no vamos a decir que no. El chulazo de turno es Cíclope de los X-Men y sigue teniendo unos labios muy muy sensuales, que supongo que influyeron en su elección en el casting. Ella, la buenorra de Anatomía de Grey, no tiene mucho más que descubrirnos... Salvo que nunca me había dado cuenta de que no tiene tanto pecho como pensaba. Creo que algún día debería mirarme mi obsesión por los pechos. Los femeninos, digo. Haciendo coro están la hermana, rubia oxigenada, pija y egoísta. Si tuviera yo una como ella, buen par de tortas le iban a caer. Ni robarme el novio ni nada, plas plas, para que aprendas. Ah, el novio que le roba, un madurito interesante al que se le podría dar un repaso y poco más. Sería el típico tío que sueles comerte los fines de semana que estás un poco necesitado pero no encuentras nada mejor. Y no podía faltar la amiga del alma fea pero con ganas de mambo. Creo recordar que era la novia del prota en "In&Out", pero defiende bien el papel, posiblemente el personaje que más me ha gustado de todos. Típico de mí, fijarme siempre en los secundarios.

La película en sí no creo que sea plan de destriparla, pero tampoco se echarían a perder muchas sorpresas. He de reconocer que me reí un poco y, considerando las circunstancias, es todo un logro. Me gusta la interpretación de la protagonista, es muy expresiva y eso siempre es de agradecer. Sabe moverse por la escena y sus gestos de rostro acompañan perfectamente a la comedia. Puede que tenga un gran futuro si se lo sigue currando. Al menos ya ha dado el salto de la teleserie a la gran pantalla. Y además le quedan muy bien los trajes de noche.



En fin, no estoy muy inspirado hoy para escribir críticas mordaces ni audaces sobre nada. Estoy deseando que llegue el domingo para coger el coche y marcharnos a Madrid. Necesito desconectar, aunque mis "asuntos" sigan en mi cabeza y en realidad sólo cambie la localización geográfica en la que me encuentro. Pero el cambio será positivo, tengo ganas. En realidad no tengo unas vacaciones como estas desde hace meses, el otoño creo recordar, porque las de febrero, como muchos sabréis, no supusieron un descanso en ningún sentido. Más bien al contrario. Aunque no me quejo, es lo que tenía que ser y así fue.

Sigo enredado en mí mismo, aunque ahora al menos mantengo la calma a lo largo del día. He caído en la fase de desencanto generalizado con la vida. Más en concreto con el amor. Y no me vengáis con lo típico de que si es una fase que pasa, que lo veré mejor dentro de un tiempo, que la vida tiene estas cosas... A la mierda todas las frases que se dicen en estas situaciones. El amor es una mierda y punto. No dura, sólo es una transición entre inicios y fines, nunca llena del todo. Ah, y con el paso del tiempo se hace menos interesante, pierde fuerza y al final vuelve la rutina, el cansancio y el agobio. Estoy enfadado con Cupido. Como lo pille por banda se va a cagar el chavalito de las alas. Le voy a romper todas las flechas del carcaj, al menos las de oro, las que sirven para enamorar a los humanos. Las de plomo, las que generaban odio, se las voy a clavar una a una por todo el cuerpo hasta que parezca un puerco espín.




Joder, sólo quiero volver a hablar con él una sola vez. Que me llame, que me diga cómo está, qué ha pensado. Posiblemente no cambie nada la situación o la empeore, pero NECESITO hablar con él. Por favor...

17 marzo, 2008

Reencuentros

Domingo, 16 de marzo de 2008

Escribo con retraso, pero quien me conoce sabe que no soy dado a la puntualidad. Y menos aún cuando se trata de mí mismo. Pero aún así es algo que quería dejar por escrito y a lo que he estado dando vueltas todo el fin de semana, con lo que prefiero sacarlo de mi cabeza y que se plasme en la infinita red de redes para que me deje de martillear.

El viernes tuve que ir a Pamplona por razones laborales: entrevistas para ver si conseguimos nuevo personal. Aproveché el viaje y, dado que hacía unos días habíamos recuperado el contacto, quedé para comer con el soldadito valiente. Hacía mucho que no hablábamos y creo que ya tocaba. Posiblemente fuera debido a la racha que estoy pasando, pero me apetecía congraciarme de nuevo con mi pasado, con alguien que dejó una herida sin cerrar pero que la intentó curar de la mejor de las maneras. No sabía qué podía ocurrir de aquel encuentro y he de confesar que estuve bastante nervioso desde el punto de la mañana. Para más inri, las entrevistas fueron bien (cosa poco habitual en Pamplona) y, colmo de males, se llevó el coche la grúa. Juro que no ví que era una zona de carga y descarga!!! Llegué tarde a comer, pero me esperaba con una gran sonrisa en los labios.


Nos sentamos en el restaurante y parecía que simplemente llevábamos un par de meses sin vernos. Todo era ponernos al día, saber de nuestras vidas y comprobar lo poco que habíamos cambiado en un año y medio. Porque él no ha cambiado en prácticamente nada. Su mirada sigue siendo hipnotizante, su voz encantadora como el sonido de una orquesta bien afinada, sus gestos expresivos como una pintura del Prado. No pude evitar darme cuenta de que yo temblaba imperceptiblemente bajo la mesa (ese típico movimiento nervioso de las piernas que mucha gente tenemos en situaciones de tensión), aunque poco a poco recuperé la confianza y la tranquilidad de saberme con un amigo. Porque, le pregunté, ¿seguimos siendo amigos? Sonrió y contestó: Es que no hemos dejado nunca de serlo, simplemente hemos tenido un "kit-kat". Y con lo sensible que estoy últimamente, me faltó el canto de un céntimo para que se me saltaran las lágrimas.

Hay compromiso de vernos de nuevo, pero sin plazo. Nos mantendremos informados de la vida del otro, pero sin medio fijo. Volveremos a vernos y confieso confieso confieso que me apetece enormemente. Ojalá pudiera ser todas las semanas, para salir de mi rutina mental y poder volcarme en otra persona. ¿Volvemos a la búsqueda de la novedad? Puede ser. Pero también sé y me he dado cuenta gracias a este reencuentro, que hay sentimientos que pueden permanecer dormidos un tiempo, pero que no desaparecen. Afloran cuando se abre su candado, aunque se han vuelto más dóciles y manejables. Con esto tengo ciertas esperanzas en el futuro, aunque siga siendo incierto. Aunque siga siendo gris.



Estos días podría escribir mil cartas que no enviaría.

12 marzo, 2008

Deja que fluya

Miércoles, 12 de marzo de 2008

Así que es esto a lo que se refieren siempre con esa maldita frase... "Deja que fluya", dicen.

Y yo me imagino un desierto inmenso, hasta donde abarca la vista. Y el viento arrastra la arena, que va depositándose sobre las palabras, sobre los recuerdos, sobre las ideas... Poco a poco todo se desdibuja y queda cubierto por la duna que no habíamos visto que llegaba. Todo se iguala, todo vuelve a la misma inmensidad desértica, donde lo único que alcanzas a ver son más y más dunas. Y el viento vuelve a arrastrar la arena para cubrir un poco más lo que antes veías tan claramente, lo que parecía tan evidente. Lo iguala y lo unifica. Lo entierra. Lo hunde.


08 marzo, 2008

Lo que cuesta cerrar una puerta

Sábado, 8 de marzo de 2008

A veces, nos resulta imposible cerrar del todo una puerta, porque queremos que haya una pequeña rendija por la que entre algo de luz. Tal vez sepamos que finalmente la puerta se cerrará por sí misma, negándonos la posibilidad de ver qué hay al otro lado, pero cierto es que debe ser así para que podamos avanzar a la siguiente habitación y ver qué sucede. Pero aún así... Cuesta tanto cerrar una puerta!!!



Repasando el Cuaderno de Bitácora, he encontrado algo que... Bueno, me gustó cuando lo escribí y vuelve a venir un tanto al pelo. Aquí lo tenéis.

Por cierto, ¿he dicho lo preciosos que están los almendros en esta época? Me encantan...

04 marzo, 2008

Un cuento corto e improvisado

Lunes, 3 de marzo de 2008

EL PEZ Y EL DELFÍN

Había una vez un pequeño pez payaso que vivía en un arrecife de coral de aguas transparentes y limpias. Llevaba una vida perfecta y relajada para ser un pez, dado que cada mañana se levantaba para observar los destellos del sol que atravesaban el agua con sus reflejos deslumbrantes. Después paseaba con sus amigos, iban a visitar las comunidades de estrellas de mar y recogían algo para llevarse a la boca. Incluso había días que encontraban algún alga especialmente sabrosa y se daban un festín bajo las anémonas cercanas a la costa.

Cierto día el pez salió solo a pasear fuera de los lindes del arrecife y no se dio cuenta de que se alejaba más de la cuenta de lo que era recomendable. Vio paisajes nuevos y conoció a peces que no había visto en su vida. En concreto se dio cuenta de que había un delfín que no dejaba de mirarle. El mamífero se acercó y nadó a su alrededor un buen rato, de tal forma que la breve memoria del pez no pudo evitar retenerlo. Parecía divertido nadar juntos y durante un rato se dedicaron a esquivarse y reencontrarse detrás de las rocas, como un infantil juego del escondite en el que lo menos importante era quién ganara. Antes de despedirse el delfín lanzó un chorro de burbujas a los ojos del pez payaso, que le provocaron una extraña ceguera: veía todo de un extraño color brillante, especial, todo era nuevo. Incluso su escasa memoria parecía capaz de retener los recuerdos durante más tiempo.

Durante un tiempo matuvieron un contacto que les permitió conocerse un poco más. Lo justo para volver a sentir la necesidad de nadar juntos de nuevo. El pez habló de sus paseos por el arrecife y su amiga la estrella de mar, los destellos del sol y el ritmo de las mareas. El delfín enviaba paquetes de algas envolviendo perlas de los Mares de Sur y piedras volcánicas de iridiscentes colores, compartía sus sueños por ver todo aquello que el pez le describía y ansiaba acortar la distancia que les separaba. Todo resultaba tan idílico que no se dieron cuenta de que el tiempo pasaba y sus ansias por verse de nuevo crecían sin cesar.

Finalmente acordaron verse de nuevo en aquella zona rocosa donde se habían encontrado la primera vez. Volvieron a nadar juntos olvidándose de las precauciones habituales. Agitaron sus colas hasta formar espuma. Se acercaron hasta que sus aletas se movían a un mismo ritmo. Se miraron a los ojos a pesar de que el pez seguía siendo presa de la ceguera que el chorro de burbujas le había provocado. Y en los ojos del otro descubrieron...


El delfín se sintió impulsado hacia la superficie por una fuerza increíble. Una red le rodeó el cuerpo y por más que forcejeaba no conseguía zafarse de sus captores. El pez payaso iba y venía intentando ayudar a su amigo, pero no tenía dientes lo suficientemente fuertes como para romper las cuerdas y los nudos. El delfín sollozaba en silencio porque le habían encontrado de nuevo. Había escapado de un parque acuático y venían a buscarle para devolverlo a donde pertenecía. Era inútil resistirse y así se lo hizo ver al pez, a quien le pidió que volviese a su arrecife y siguiera siendo feliz como había sido hasta entonces. El barco que arrastraba la red comenzó a alejarse y así los dos animales, que se dijeron adiós con gran pena en sus corazones. El delfín nunca supo qué fue de su olvidadizo amigo.

El pez, por su parte, comenzó el largo camino a casa. Poco a poco el efecto del chorro de burbujas fue desvaneciéndose y los recuerdos se evaporaban como si hubieran ocurrido hace mucho, mucho tiempo. Cuando alcanzó el arrecife y fue a ver a su amiga la estrella de mar, el pequeño animal se sobresaltó al no saber exactamente qué tenía que contarle. Lo tenía justo ahí, en algún lado de su cabeza, pero no acababa de enfocarlo. En fin, se dijo, vayamos a dar una vuelta para encontrar un fucus apetecible, que me ruge la tripa. Cuando se alejaban, empezó a tararear una melodía que no recordaba dónde había oído: "sigue nadando, sigue nadando...". ¿Se puede saber qué estás cantando? Le preguntó su amiga la estrella de mar. Y así se alejaron a favor de la corriente.