22 noviembre, 2010

Para un desconocido

Lunes, 22 de noviembre de 2010

Es posible que nunca nos conozcamos y menos ahora que hace ya dos semanas que faltas a nuestra cita casi diaria. Una extraña intuición me dice que has cambiado de trabajo y por eso no coges el autobús a la misma hora de siempre. Otra pequeña vocecita asegura que hasta te has cambiado de ciudad y no coincidiremos ni de chiripa alguna vez por el barrio.

Cada mañana, cada tarde, cuando coincidíamos en la parada no podía evitar mirarte con curiosidad porque desde el primer día reclamabas mi atención sin saberlo. Siempre con esos auriculares blancos escuchando una música que sólo tú conocías, con el gesto serio y los vaqueros generalmente rotos con un estilo muy urbano.

bus dentro

Te solías sentar siempre hacia la mitad de las filas de asientos y yo hacía lo posible para poder espiarte detrás de mi libro de lectura. Tu gesto seguía siendo serio, sumido en pensamientos tal vez profundos, tal vez banales. Mirabas a través de la ventana al paisaje que día tras día recorríamos juntos en ese cuarto de hora que compartíamos entre baches y traqueteos. Echabas rápidos vistazos a los nuevos pasajeros con un ligero toque de curiosidad. Una sola vez te vi compartir asiento con una chica a la que debías conocer y algo le estabas contando que te hacía sonreír. Fue agradable saber que lo hacías de una manera natural y deslumbrante. Me hiciste sonreír a mí también, porque parecías contento con algo.

bus fuera

¿Por qué me fijé en ti la primera vez? Siempre diré que te pareces levemente a un lejano amigo mío. Quizás sea por tu pelo moreno, muy corto y muy oscuro. También tu piel era tostada, lo cual confería un ligero toque exótico muy interesante. Cómo no, los ojos acompañaban al conjunto, pardos como el chocolate, pero con un destello de perspicacia que me hacía preguntarme qué habría detrás de ellos. Y el curioso pendiente de falso diamante en la oreja izquierda en un alarde de moda desfasada. Pero, ay de mí, esos labios carnosos eran la guinda del pastel. Cada mañana se movían rítmicamente mientras masticabas un chicle y me sorprendía a mí mismo preguntándome cómo besarían, si sabrías darles el uso que se merecen. Y avergonzado de mis propios pensamientos, me escondía detrás de mi lectura por si me sorprendías espiándote al detalle.


Sé que aunque vuelva a verte, nunca me atreveré a cruzar el vagón y saludarte, aunque tú pienses que soy un pirado que se ha equivocado de persona. Sé que no sabría si empezar por un "hola" o por un "otra vez por aquí". Y posiblemente tu mirada de desdén me sonrojaría más que la peor de las contestaciones, así que seguiré esperando. Seguiré cogiendo los mismos autobuses para que me lleven al trabajo cada día y tal vez, sólo tal vez, un día vuelvas a subirte conmigo y volvamos a compartir quince minutos de monótono viaje, tú mirando por la ventana y yo fingiendo que leo.

 

08 noviembre, 2010

Halloween

 

Lunes, 8 de noviembre de 2010


El joven vampiro adoraba las noches de Todos los Santos. Adoptar la costumbre anglosajona de Halloween había sido todo un acierto para la Estirpe, ya que les permitía mezclarse sin muchos tapujos entre la sociedad mortal sin llamar demasiado la atención. Incluso los Nosferatu más desagradables a la vista se mostraban sin temor y eran objeto de ovaciones por el trabajo de su máscara. Aunque a ellos no les hicieran gracia aquellos comentarios, claro. De hecho solía ser habitual que en las grandes ciudades se organizara una fiesta Toreador por todo lo alto, con codiciadas invitaciones y medidos cotilleos previos. Siempre era un grato honor ser invitado, pese a poder ser el blanco de mil críticas por los miembros más elitistas entre los Vástagos.

Este año había acudido a una invitación en la capital. Al ser aún una luminaria entre sus hermanos de sangre, tenía ciertos privilegios y se aprovechaba de ellos cuando podía. Excusar su asistencia a tal acto hubiera sido un desaire impropio. Así que tras casi un mes decidiendo qué se pondría, visitando tiendas, cambiando de estilismo y variando de perfume hasta asegurarse de que escogía el adecuado, se presentó con los protocolarios minutos de retraso dada su posición.

La fiesta tenía una decoración exquisita, con un elegante toque victoriano y grandes cortinas rojas para separar los espacios. Se había permitido la entrada de mortales, en algunos casos ghouls, para que hubiera algo de "picar". Eso sí, siempre respetando las reglas de la Mascarada para evitar posibles altercados o cadáveres desangrados innecesarios. Para mayor diversión, algunos se habían presentado disfrazados y en la entrada se entregaba a cada invitado una máscara veneciana recargada de encajes y tonos dorados.

mascara-veneciana

Los saludos iniciales se dirigieron al Príncipe de la ciudad, con una breve conversación acerca del estado de las trifurcas con el Sabbat y las cuestiones políticas de los últimos meses. No había una relación cercana, así que todo fue puro teatro. La Primogénita Toreador y su corte de arpías se manejaba mejor estas situaciones sociales. El joven vampiro se sintió observado y valorado y supo que posteriormente habría una buena cantidad de comentarios que podrían mejorar su posición o destrozarla por completo. Había pretendido pasar desapercibido, sin mayor pena ni gloria, y parece que así fue por los gestos y las miradas de indiferencia que recibió. Tanto mejor, no le apetecía tener que defenderse de ácidos comentarios, gestos indolentes y miradas penetrantes.

Paseó por los salones con una copa en la mano, más por disimulo que con verdadera intención de beber algo. Apreció las obras de arte expuestas y no le convencieron demasiado. Observó a los mortales que se divertían en la pista de baile y entonces sí que se dejó llevar por una intuición. Dos chicos jóvenes bailaban muy juntos, demasiado para ser dos amigos divirtiéndose. Se miraban a los ojos y se buscaban la boca jugando a querer y no dejarse. Un Toreador es un maestro leyendo entre líneas, pero también sabiendo dónde hay una brecha para poder atacar. Se acercó a ellos, apoyó una mano en un hombro de cada uno y les invitó a tomar una copa.

El resto de la noche fluyó siguiendo el camino esperado. Uno de ellos, de mandíbula cuadrada y un curioso hoyuelo en el mentón, llevaba una máscara de león ya que, según dijo, su nombre significaba más o menos eso: "hombre-león". El otro, más moreno, con los ojos de un color verdemar brillantes por la emoción, siguió la broma y dijo que su nombre significaba "victorioso". Ambos se rieron de su ocurrencia y el vampiro sólo tuvo que esbozar una sonrisa para complacerles. Se aplicó al máximo con esa sonrisa y a cambio consiguió que ellos se confiaran más. Pobres corderos jugando con un lobo disfrazado.

lobo5ra

Cuando el nivel de alcohol fue suficiente para que se dejaran convencer, pidieron un taxi para llegar al hotel donde pasarían el resto de la noche. La suite estaba especialmente preparada para que los rayos del amanecer no entraran a molestar al pobre huésped con ese terrible problema de fotofobia en la piel... El dinero encubría cualquier mentira, sin duda. Lo que sí que hubo en la habitación fue una botella de champán, copas y más risas. Ambos muchachos fueron un bocado delicioso entre las sábanas de la cama y la euforia que había en su sangre hizo que al depredador le diera un par de vueltas la cabeza. No entendía por qué algunos de sus congéneres tenían tanta fijación con la manida imagen de alimentarse en callejones penumbrosos y sucios hasta el vómito.

Tumbado en la cama, con uno de sus recipientes a cada lado, el joven vampiro escuchó atentamente sus respiraciones y sus corazones. Unas eran tranquilas y acompasadas, mientras que los latidos estaban algo acelerados para compensar la pérdida de sangre. Sobrevivirían a aquella noche, no cabía duda. De hecho, era posible que se despertaran con una sensación extraña que no podrían explicar pero que achacarían a la resaca y la fiesta. ¡Era tan fácil seguir manteniendo el velo cubriendo los asuntos de la Estirpe! ¿Por qué algunos lo harían tan complicado?

Cuando salió de la habitación echó un último vistazo y los vio abrazados en la cama, durmiendo plácidamente. Aun sin necesidad de respirar, se le escapó un suspiro de nostalgia con un cierto regusto de envidia. Había cosas que no estaban al alcance de un no-muerto. Era el precio de la inmortalidad.

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