13 octubre, 2010

Historia de amor

Martes, 12 de octubre de 2010

Me enamoré de ti desde que nuestras miradas se cruzaron en aquel escaparate. No te lo pensaste dos veces y me llevaste a tu casa directamente. En tu cama estuviste mirándome fijamente durante un rato y aquella noche pude envolverte por primera vez notando tu respiración tranquila. Creo que fue entonces cuando decidí que tú serías el único.

Fueron varias noches las que compartimos, yo esperándote en la cama y tú sonriendo al llegar a la habitación. Una de ellas leíste hasta tarde un libro de Gabriel García Márquez, no recuerdo el título. Tampoco sé de qué trataría, pero dormiste inquieto y no pude tranquilizarte pese a que me pegué aún más a ti. Me impregné de tu sudor y tu olor y supe que jamás podría quitármelo de encima. Y me encantó.

La sombra de la duda no tardó en llegar y con ella los miedos y mi inquietud sobre las noches que no compartíamos. Nunca dijiste nada y preferí no saber, por si la verdad me hacía más daño que tus silencios. Pero a veces tenías aquellas conversaciones telefónicas hasta tarde, esas risas cómplices y esa cara al colgar que brillaba con luz propia. No había preguntas, no había explicaciones. Esas noches intentaba no arroparte, pero me resultaba imposible evitarlo. Mi adicción a tu calor corporal superaba mis fantasías de desaparecer y dejarte con tu vida, ya que parecía que la mía te importaba más bien poco.

Poco se queda largo. Le trajiste a casa y pusiste tus mejores sábanas. Lo preparaste todo con un esmero como hacía tiempo que no conocía. Yo que quedé como un vago recuerdo olvidado en un armario, entre ropa de trabajo y camisetas de verano. Tal vez me salvó de la locura no ver qué hicisteis en la cama, en nuestra cama. Pero no sabía si me dolía más no ser quien te abrazara aquella noche o que ocuparas mi lugar con aquella facilidad pasmosa. Me refugié en mi oscuridad y dejé que el tiempo hiciera lo que tuviera que hacer.

Y aquella noche… Otra vez yo estaba en tu cama, aunque sé que sin la misma intención de las primeras veces. Por qué me elegiste aquella noche es una duda que aún me corroe, pero así fue. Otra conversación telefónica pero esta vez con un final diferente. ¿Qué te dijo para que volvieras llorando como lo hiciste? ¿Acaso te hizo sentir tan pequeño, tan miserable, tan poca cosa como me habías hecho sentir tú a mí? Tus lágrimas empaparon la almohada y no pude consolar tus gemidos desgarrados por el desamor. Me acerqué, te busqué, pero tú me apartabas continuamente. El calor de aquel tórrido agosto fue una barrera entre nosotros. Te dormiste sobre mí, sollozando. Repetiste su nombre en sueños y yo pasé la noche en vela alejando tus pesadillas.

Ha pasado el tiempo desde entonces. Ha habido otros en tu vida en intervalos irregulares, pero yo sigo siendo una constante. Incluso alguna vez hemos estado con alguno de ellos en la cama, aunque yo no participara mucho. Me he ido haciendo a la idea de que yo estaré ahí siempre que quieras, pero tú me cambiarás de cuando en cuando. Tal vez algún día decidas prescindir completamente de mí, pero aún me tienes y creo que me valoras aunque no seas consciente.

Alguna noche, cuando siento tu aliento sobre mí, vuelvo a recordar la primera vez que nos vimos. El escaparate. El cristal. Tú entrando a la tienda y pidiendo ese juego de sábanas que tanto te había gustado. Y esas sábanas aún hoy siguen enamoradas de ti. Parece absurdo, pero los objetos también nos enamoramos.

sabanas