27 julio, 2010

Ese pequeño detalle

Lunes, 26 de julio de 2010

A veces, la vida tiene este tipo de cosas. A veces, la gente tiene este tipo de momentos. A veces, cuando menos lo esperas, un detalle que puede parecer insignificante para el resto del universo, hace que la vida parezca un anuncio edulcorado sin escatimar en corazones con alas, música de fondo y un sol luminoso entrando por la ventana.

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He llegado a casa de trabajar y en la mesa del salón había un paquete envuelto el papel de periódico, con forma rectangular y una consistencia algo flexible. Un destello de intuición me ha sugerido que era un regalo retrasado y he preguntado qué era. Fácil respuesta: “ábrelo”.  Pero su rostro mostraba cierta timidez y ansiedad contenidas, esperando delante de mí a que rompiera el improvisado envoltorio para adivinar la expresión en el fondo de mis ojos. Y… allí estaba, obviamente, un libro.

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Nadie o casi nadie conocerá el libro en sí. De hecho para mí también era una novedad. El olor a nuevo, las tapas inmaculadas, el lomo sin rozaduras por el uso… Pero no he podido evitar que las pupilas se me dilataran y he saltado a sus brazos como un niño, henchido de felicidad. Un libro. Ese libro. Estoy deseando acabar el que tengo entre manos para empezarlo.

¿A qué tanto alborozo por un libro? ¿Tanto me gusta? No, en realidad la alegría la ha provocado el detalle. Tengo la suerte de estar al lado de alguien que conoce mis gustos. Sabe cuál es mi autor favorito. Lo reconoce entre el montón de libros de una estantería. Reconoce (más o menos) que es un libro que no tengo en casa. Se preocupa de envolverlo para darle más encanto al regalo…

Son esos pequeños detalles que hacen que el mundo sea más grande. Que MI mundo sea más hermoso.

19 julio, 2010

El novio de mi amigo

Lunes, 19 de julio de 2010

 

La culpa es de ellos, que los traen. No hubiera ocurrido si no hubiesen sido más que nombres en los estados de Facebook o fotografías sonrientes en algún lugar exótico. Sería "el novio de mi amigo", un ser impersonal del que no conocería el sonido de su voz, ni su brillante mirada, ni su deslumbrante sonrisa. Sería "el novio de mi amigo", a quien sólo le dedicaría una frase cortés en las conversaciones telefónicas para asegurarme de que la relación sigue adelante y les va bien. "El novio de mi amigo", la persona que ha elegido sin que yo sepa muy bien por qué.

Pero una de las características del amor es que solemos desear que nuestros amigos y conocidos miren y admiren a la persona que hemos encontrado para que comparta nuestra vida. Queremos ver los gestos de aprobación, aunque en el fondo no vayan a influirnos porque la decisión está tomada. Así que el fin de semana de la celebración del Orgullo LGTB tuve el placer de conocer a unos cuantos "novios de mis amigos".

Y, cómo evitarlo, caí rendido a sus pies. Me enamoré perdidamente, lo confieso. Y fue de uno detrás del otro (por suerte no coincidieron todos a la vez o hubiera muerto de infarto).

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Will. La inocencia de un niño en un cuerpo de escándalo. Vivía con intensidad cada detalle que le pasaba por delante y su sonrisa hizo avergonzarse al sol de justicia que nos cayó toda la tarde. Su cuerpo fibrado, su vello rizado y esos tirantes de préstamo hicieron que más de uno y más de dos girasen la cabeza cuando pasaba. Su dulce parloteo inglés y sus gestos de acercamiento y cariño elevaban la temperatura y aceleraban la circulación. Dulce, cariñoso y tierno. Un bizcocho a punto de hincarle el diente.

Víctor. Su mirada profunda podía traspasarte el alma como una lanza afilada. Aún así destilaba una serenidad pasmosa y me hubiese gustado saber qué pasaba por su mente en unas cuantas ocasiones. En el pequeño tiempo que compartimos me sentí como si le conociera de toda la vida, con la comodidad propia de un amigo cercano. No pude evitar fijarme (y él también hizo mención) en su "auditorio", como lo llamó él, por el buen sonido que hacía su trasero al ser palmeado. Curioso, tranquilo, sencillo. Un oasis refrescante donde descansar.

Jose. Ya nos conocíamos de una fugaz visita anterior, pero fue sólo arañar la superficie. La diversión estaba asegurada y se cumplieron mis expectativas. Incluso tuvimos unos momentos para estar casi solos (teniendo en cuenta que nos rodeaba la marea que veía el concierto de Kylie) y fue legendario el baile "estilo Sim". La gracia andaluza le recubre por completo, contagiando a todos los que le rodean. El duende del sur hecho carne.

 

Vaya si me enamoré. Pero no me enamoré de ellos. O al menos no directamente. En realidad me enamoré del amor de estas parejas. Cuando Alberto y Will se besaban el ruido a su alrededor se hacía más tenue e incluso se podría decir que el tiempo pasaba más despacio. Destilaban una ternura como no he visto en mucho tiempo. Saber que, además, uno de mis mejores amigos estaba enamorado hasta las trancas y era correspondido me satisfacía sobremanera. Debe ser cierto que la felicidad es contagiosa.

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Víctor y Lean mantenían un contacto físico que se mantenía aunque no se estuvieran tocando. Sus abrazos y miradas lo expresaban todo y sobra decir que me maravillaba en silencio de que brillaran con luz propia. Las rubicundas mejillas de Lean seguirán siendo mi perdición, pero ahora sé que están bien cuidadas entre las manos y las caricias de Víctor.

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Efra y Jose llevan juntos algo más de tiempo y eso hace de ellos el reflejo de lo que yo quisiera tener. Se comunican sin necesidad de hablarse y se conocen tan bien que a veces sus miradas se lo decían todo entre ellos, ajenos a los que estábamos cerca. Libertad y cercanía a partes iguales, demostrando que las relaciones son como uno quiere montarlas.

 

Ahora ya no puedo decir que sólo es “el novio de mi amigo”. Ahora tienen rostro, voz, gestos. Ahora son seres de carne y hueso que estoy encantado de conocer y que, lo deseo profundamente, hagan felices a mis amigos para que yo pueda compartirlo.

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Sí chicos, os quiero. Con todo mi corazón.