25 febrero, 2009

Lo siento

Martes, 24 de febrero de 2009

Lo siento porque lo vi reflejado en tus ojos. Vi esa mirada de decepción absoluta cuando alguien en quien confiabas te ha fallado y se ha roto la imagen que tenía de ti hasta ese preciso momento. Lo siento, no se me ocurre otra cosa que pueda decir. Lo siento.


Lo siento aunque no entiendo muy bien qué pasó. De pronto estábamos bien, reíamos, disfrutábamos. Y de pronto, cuando "aquello" pasó, cambiaste la cara y el color. Farfullaste algo que no entendí muy bien y te marchaste sin decir adiós. Y yo me quedé solo, sujetándome las rodillas, porque no podía racionalizar lo que había ocurrido ni asimilarlo. De pronto el castillo de naipes se venía abajo y ya no estoy seguro de poder levantarlo de nuevo.

Lo siento, no tengo valor ni para llamarte y disculparme en persona. Soy así de cobarde en estas situaciones, es más cómodo ponerlo por escrito para purgar parte del dolor que todavía tengo enquistado en algún rincón de mi alma, como un virus dispuesto a atacar cuando las defensas están bajas. Podría extirparlo de raíz y olvidarme de todo, pero eso significaría que ya no me importa, que me he vuelto inmune, que todo se ha terminado. Y no quiero que sea así.


Lo siento, aunque sé que podría, no tengo intención de dejar salir mis dudas, mis miedos, mis fobias para que sirvan de defensa en este caso. Si bien es cierto que se han resuelto algunas de mis preguntas más insistentes, las que colmaban algunos de los postdatas de nuestros mails, han aparecido otras más preocupantes, pero que guardaré para mí. Tampoco son necesarias, simplemente son dudas. Esta vez guardaré mi curiosidad.

Lo siento, por alguna razón sólo puedo pensar en esas dos palabras cuando recuerdo ese último momento en que te vi. Y no sé si leerás estas líneas (lo dudo, de hecho) aunque sé que tampoco tendrían demasiado sentido. Son sólo píxeles que parpadean en una pantalla, no tienen sentimiento ni cercanía.


Lo siento, no soy perfecto. Nunca lo pretendí, pero tal vez generé demasiadas expectativas y fingí más de lo debido. No será el último fallo que cometa, ni ha sido el primero, habrá muchos más. Tal vez volver a ser consciente de un fallo tan grave también me afecte más de lo debido. Tal vez haberlo cometido contigo sea más grave aún. "Tal vez" y arrepentirse no tienen sentido ahora.

Cuando se abre una brecha a causa de un terremoto, por mucho que se reconstruya, la cicatriz queda para siempre sobre la superficie de la tierra. Yo ya estoy marcado, aunque no esté a la vista. ¿Podremos volver a abrazarnos como tanto nos gustaba y necesitábamos?

Lo siento.



Para los "preocupables": Javi y yo bien, gracias. Simplemente a veces también duele mucho perder a un amigo.

17 febrero, 2009

Expectativas

Martes, 17 de febrero de 2009

Según la RAE:

expectativa.

(Del lat. exspectātum, mirado, visto).

1. f. Esperanza de realizar o conseguir algo.

2. f. Posibilidad razonable de que algo suceda.

3. f. Posibilidad de conseguir un derecho, una herencia, un empleo u otra cosa, al ocurrir un suceso que se prevé.


La fría definición no hace honor a los sentimientos que despierta en cada uno de nosotros una expectativa de algo que deseamos. No siempre son algo racional, sino que nacen de la parte más oculta de nuestra alma, donde nadie llega y a quien nadie contamos. Están ahí, a pecho descubierto, listas para ser asesinadas por la primera pizca de realidad que aparece para degollarlas sin piedad.


En la era digital recibimos un sms o bien un mail y algo salta en nuestro cerebro. Inmediatamente sabemos de quién nos gustaría que fuera o de quién lo esperamos. Puedes lanzarte sobre el móvil/teclado a la velocidad del rayo o bien deleitarte unos segundos antes de desvelar el secreto. Y ahí está, publicidad, una oferta de alargamiento de pene o peor aún, esos mensajes en cadena que yo, personalmente, tanto detesto. El gozo en un pozo. No era de quien esperábamos.


En nuestro cumpleaños, en Reyes, un día cualquiera, alguien nos da un paquete envuelto y nos dice que es un regalo. A veces lo agitamos, a veces lo palpamos, a veces simplemente desgarramos el papel salvajemente. Ya ha nacido, hay una expectativa de lo que quisiéramos que fuera. Si la persona nos conoce de verdad, estará al tanto de lo que nos gusta o lo que comentamos la última vez que sugerimos un posible detalle. Y cuando por fin abrimos la caja. Oh, vaya. Es "esto". Seguramente que es bonito y hasta nos guste, porque además la intención ha sido la mejor. Pero no ha cumplido lo que irracionalmente había acudido a nuestra desbocada fantasía. Lo más duro suele ser recomponer el rictus antes de que se nos note demasiado.


Conocemos a alguien. Da lo mismo que sea con intenciones más o menos profundas, pero empiezan las conversaciones y los intercambios de información acerca de uno mismo. Esa persona abre una pequeña parte de sí misma y en algunos casos se establece una conexión que te vincula de algún modo. Aún no hay amistad, no hay nada firme, pero encuentras tu situación cómoda, tú mismo estás cómodo. Supongamos que, dado que no es posible estar 24 horas al día juntos, hay intercambios de mensajes, mails, chateo, visitas puntuales al trabajo o a casa, cenas, fines de semana juntos... Como amistad o como posible relación (según el caso), todo va a las mil maravillas. Ya está, ahí han aparecido. Hay expectativas. Así que cuando cambia la dirección del viento y esa persona desaparece o empieza a olvidarse de cosas que se han dicho o incluso simplemente empieza a dedicarse más a sí mismo que a nosotros, la parte irracional da un salto mortal sin red y toma las riendas. Desde los "ya no me quieres" de las parejas a los "ya no disfrutas tanto como antes" de los amantes, romper este tipo de expectativas es lo que más energía negativa genera. Cuando se toca el tema de las pasiones, hay que andarse con ojo.


Así pues, ¿cómo se controla al niño que llevamos dentro? El mensaje no es tuyo, el regalo no es el que yo quería, la relación no es como a mí me conviene. Tras el enfado inicial, nos damos cuenta de que es inútil patalear y que la expectativa ya está seca, desangrada, tirada en el cubo de basura para reciclarla. Podemos mirar atrás y ver qué nos ofrecía y las imágenes de lo que podría haber sido, pero sólo para regodearnos en lo que no será. El enfado es mayor con nosotros mismos por haber sido tan tontos de generarnos expectativas cuando sabíamos que podía no darse el caso. Pero ya no hay nada que hacer, se ha roto. Definitivamente.

Pero yo sigo teniendo expectativas guardadas...

06 febrero, 2009

El encuentro

Viernes, 6 de febrero de 2009

El joven vampiro caminaba enfundado en su gabardina aquella tarde fría de febrero. Esquivaba a los transeuntes sin esfuerzo a pesar de estar sumido en sus más profundos pensamientos y de ese modo pudo llegar sin problema hasta su destino, la galería donde se celebraba la exposición de arte de un conocido apadrinado del Primogénito Toreador de la ciudad. No sabía ni para qué estaba allí, pero habría sido toda una muestra de descortesía no presentarse.


Caminó por las salas intentando fingir que aquella basura merecía la pena, pero no eran más que los trazos de un niño de primaria con nombres tan rimbombantes como "Aspiración de divinidad" o "Metamorfosis de espíritus". Cuando intentaba pasar desapercibido en un pasillo de comunicación, apareció él de frente, con sus dos ojos negros brillantes, como siempre que se habían encontrado. Fue sólo un segundo, nada más cruzarse, pero le pareció que el brillo se desviaba levemente para seguirle por el rabillo del ojo aunque no hubo ni el más leve asentimiento de cabeza, ni la mínima mención de saludo. El Toreador se dio la vuelta, pero ya era tarde, sus miradas no se encontraron, habían girado en una esquina y no pudo saber si el gesto había sido recíproco. "No te puedo olvidar", se decía a sí mismo. "¿Qué has hecho conmigo para que estés siempre donde yo estoy, para que estés instalado en mi cabeza como un huésped sin invitación?". Salió apresuradamente de la galería, sin despedirse del anfitrión, lo que supuso que sería recordado como una falta de etiqueta desastrosa, pero no se sentía con fuerzas para sonreír al grupo de arpías que revoloteaban por la sala. Ya en la calle, mientras esperaba detener un taxi del modo que fuese, alguien gritó su nombre. El Ventrue estaba a escasos metros de él y se acercó sin saber muy bien qué decir. "Necesito que nos veamos, quiero hablar contigo. A solas". Lo dijo sin perder ese brillo que le caracterizaba en la mirada. "¿Dónde debo buscarte?" "Me encontarás por la ciudad. Pregunta por mí, el viento sabrá decirte dónde y cuándo". "Dame más información, tengo que saber algo. Dime por qué no consigo escapar del hechizo que esconde tu mirada. ¿Qué ganas con esto? ¿Qué soy para ti?" El Ventrue forzó una media sonrisa y sin mediar más palabra se giró sobre sus talones y volvió a entrar en la galería, escudándose en su anterior acompañante, que le esperaba con una copa en la mano.

Afirma la canción que un segundo de amor puede ser un disparo al corazón, pero no dice que si en ese segundo se entrecruzan más sentimientos que el amor, el disparo puede ser directo al cerebro, rápdio y mortal de necesidad. Así se sintió el joven Toreador durante los días que siguieron, acribillado por mil preguntas, por el recuerdo de imágenes fugaces que acudían a su memoria para torturarle con posibilidades infinitas. Finalmente unas noches después recibió un sucinto email con una dirección y una hora. No tuvo duda de quién se trataba y acudió puntual al concurrido restaurante del centro, cuya dirección correspondía con la de la cita. En la puerta le recogieron el abrigo y le dirigieron a una mesa en un reservado donde ya le estaba esperando ese ser misterioso con el que no podía dejar de obsesionarse.


"Pide algo para mantener la Mascarada, suele ser más efectivo que decir que estás a dieta o que sufres de algún trastorno gástrico". Cuando el camarero se hubo marchado después de sevirles el vino, las miradas se encontraron por encima del centro de mesa, fijas en los ojos del otro. El Toreador puso toda su fuerza de voluntad en resistirse al poderoso influjo que le hacía perder el control de sus sentidos. Si no hubiera estado sentado, sus piernas de mantequilla le habrían hecho caer al suelo. "Yo..., empezó a balbucear como un niño, te busqué entre calles... He pasado unos días que... Tú me haces soñar cosas que... Yo ya no sé qué pensar, sinceramente..." El Ventrue entornó la mirada, extrañado de que su habitualmente seguro acompañante dudara tanto. Alargó la mano por encima de la mesa, rozándole el dorso. "Creo que te debo una pequeña disculpa. Debería haber sido más claro desde el principio, pero todos aprendemos a protegernos con el tiempo. Yo no me he librado de recibir cuchilladas, pero dicen que una herida que ha rozado el alma, se cura en el espejo si aguantas su mirada. Y tú eres mi espejo. Me veo en ti. Y eso me intriga y me divierte a la vez." "Pero yo no consigo escapar del recuerdo de aquella primera noche, en aquel oscuro callejón. Yo llegué sin ti y sé que hoy me voy sin mí, que dejaré aquí una parte que no me devolverás nunca, porque ya te pertenece. Te has llevado todo sin querer, me lo has arrebatado porque yo lo he puesto a tus pies. Cada vez que me encuentro con tu mirada, es un segundo eterno que detiene el tiempo en ti y tus ojos que no me dejan vivir, siguen abrasándome por dentro, consumiendo la poca voluntad que me queda. No sé si has utilizado la sutil manipulación mental o el hechizante carisma que caracterizan a tu clan de Sangre Azules, pero necesito salir de este laberinto cretense en el que me encuentro. Discúlpame, pero creo que mientras ambos no tengamos claro qué deseamos del otro, nuestra relación seguirá siendo simplemente cordial. Yo sí que sé lo que quiero. ¿Y tú?"

Volvía a ser una tarde fría de febrero, con algunas gotas de lluvia cayendo tímidamente sobre la acera. El vampiro apretó la mandíbula y contrajo el gesto. "No, se dijo a sí mismo, debo ser fuerte. Tus dos ojos negros no me verán llorar. No voy a demostrar esa debilidad." Y apresuró el paso para evitar que la tormenta le cayera encima.