21 noviembre, 2009

Personas que decepcionan... O cuando yo decepciono

Sábado, 21 de noviembre de 2009


Sería muy prepotente hablar de las personas que me decepcionan colocándome en la cima del monte, con toda mi soberbia, como si yo enarbolara la bandera de la perfección absoluta y la limpieza de acciones. Sería inadecuado tachar de "malas personas" a gente que simplemente ha tomado decisiones o líneas de acción diferentes a las mías. Sería absurdo enquistar mi propio enfado recreándome en mi mal humor.

Pero no sólo eso. A quién no le han decepcionado en esta vida. Quién no ha sentido que ponía cierta confianza en algo o alguien y por una razón u otra se caía con todo el equipo como un castillo de naipes. Y quién no se ha dado cuenta tiempo después que tal vez su reacción ha sido un poco exacerbada, cuando ha comprendido las razones y/o causas que hicieron que aquella caída sucediera.


A mí me ha ocurrido hace relativamente poco. Ha habido un enfriamiento en una relación en la que yo confiaba bastante. Se ha roto un contacto que era deliciosamente fluido. Han faltado unas personas que yo apreciaba sinceramente. En mi enajenación preferí dejar espacio para que sus vidas siguieran adelante en vez de poner remedio y llamar, escribir un mail, enviar algún mensaje o todo a la vez. Supuse que, debido a circunstancias, sería más adecuado un poco de espacio para respirar, que cada cual curase sus propias heridas y que yo me quedara al márgen esperando ser llamado en caso de necesidad (actitud de mártir absurda de cabo a rabo, pero lo llevo en los genes). Esa llamada no se hizo efectiva. El tiempo pasaba y yo me sentía alejado de un mundo que consideraba un poco mío.

El problema de rumiar tus propios quebraderos de cabeza sin consultarlo con nadie es que generalmente desvirtuas tu visión de la realidad y la retuerces hasta límites insospechados. Así que no me sentí alejado de ellos... Me sentí "apartado", que parece que implica voluntad de otros por alejarte. No sabía si sus vidas iban mejor o peor, el problema lo centré en mí y en que yo no estaba invitado a compartirlo con ellos. Y el círculo se sigue cerrando. Al sentirme apartado, decidí que más bien era YO quien no quería acercarme, dado que no era bienvenido. Y la cuerda se cerraba en torno a mi cuello. Y si recibía, por ejemplo, una postal de vacaciones, la colgaba en mi corcho entre las demás, pero no deleitándome varias veces en el significado de un recuerdo que un amigo había tenido conmigo. Y la sentencia estaba a punto de ser ejecutada.

Posiblemente fue la razón de que mostrara mi cara más desagradable el otro día. Puede que me forzara a sentirme mal para no olvidar el "daño". Tal vez quisiera devolver parte del vacío que había sentido tiempo atrás. ¿Para qué? Para sentirme superior, para no volver a verme pequeño y abandonado, para que el niño miedoso fingiera ser un fiero león. Y al león le dijeron que ya había rugido bastante y que el resto de animales no iban a postrarse a sus pies porque consideraban que había sido suficiente.

Y el león se quedó solo y retornó a su forma de niño asustado y comprendió que quien había tenido razones para ausentarse lo había hecho no de muy buena gana, sino más bien por necesidad. Quien no había aparecido en escena tal vez fuera porque necesitaba oscuridad para mirar en su interior. Y quien encontró otra compañía más grata y cercana lo hizo por su propio bien. Y nadie puede reprochar que cada cual se mire a sí mismo y busque lo que necesita en la vida para ser feliz. Nadie.

Así pues, sí, posiblemente debí guardar las uñas el otro día. El problema es que el daño está hecho y no hay marcha atrás. Igual que las flechas, igual que las palabras dichas, igual que arrancar un pétalo a una flor. Posiblemente mi orgullo sea el primer impedimento, aunque no el único. Espero que al menos esta vez sí aprenda cuándo contenerlo y cuándo es completa y absolutamente innecesario.

02 noviembre, 2009

Un relato. Un regalo

Logroño, 2 de noviembre de 2009

 

Sé que tengo el blog más abandonado que mi vida espiritual (que ya es decir), pero, como siempre, la vagancia, una vida social ocupada y el trabajo, hacen que cada vez me cueste más ponerme a escribir. Aún así me resisto a cerrarlo y sentirme libre de la obligación, pero es un rincón tan mío, tan personal, que sería como abandonar una pequeña parte de mí y echar el candado para siempre.

 

Para empezar de nuevo con suavidad, os dejo (a quien aún lo lea) un pequeño relato que le regalé por su cumpleaños (con retraso) a alguien que supo apreciarlo con exagerado agradecimiento. Al menos le gustó. Tal cual se lo envié, os lo dejo. De mi puño y letra, con las correcciones, los tachones y los márgenes inclinados.

 

Sed benevolentes, oh mis críticos favoritos. 

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