29 diciembre, 2008

Último posto del año

Domingo, 28 de diciembre de 2008

De nuevo tengo que esforzarme por sacar tiempo para escribir algo antes de que termine el mes, el año y la puñetera campaña. Y empiezo a tener una ligera sensación de dejà-vu (se escribe así?) que no me mola demasiado. Juraría que entradas de este tipo he escrito cada diciembre… A ver que mire… Pues sí, alguna hay.

De nuevo el agobio de las compras navideñas satura a los clientes de a pie que este año han cumplido las malditas teorías de la maldita crisis y se han mostrado comedidos y previsores. Nada de tirar la casa por la ventana y gastar hasta la saciedad para comprar el último modelo, mejor revisar bien todas las opciones y si no lo podemos sacar gratis, mejor pensamos otra cosa. No es que me preocupe, yo lo que quiero es vender, aunque sea un caramelo. Bueno, caramelos no, al menos aún no. Pero sí que se puede confirmar que el fantasma de la crisis ha sobrevolado nuestras cabezas y el miedo atroz se ha agarrado a carteras y cuentas corrientes sin intención de marcharse en breve.


También es época de hacer balance del año que se sabe terminado y que sólo nos deja frío y mal tiempo. Sin embargo no tengo muy claro si quiero hacer ese balance en este año concreto. Habría mucho que valorar y siempre he preferido hacer las apreciaciones de cada caso concreto en cuanto sucedía. Mirar hacia atrás a largo plazo sólo desdibuja los recuerdos, que suelen estar ya de por sí bastante adulterados. Así que sería casi mejor hacer el repaso releyendo el blog, que suele incluir los “mejores momentos” de cada mes. Desde principio de año con el pececito, la crisis que vino después y, por suerte, superamos, el verano intentando mirar hacia adelante y despegar de una vez, el miedo pero la ansiedad de la fiesta de la empresa para cerrar el capítulo, un descubrimiento en esa misma fiesta…

Trabajo, trabajo y trabajo, no hay muchas más cosas en las que pensar. Por suerte voy de cena en cena y tiro porque me toca. Dos con el grupo friki, una con los del gym, otra con la asociación, las familiares… ¿Por qué narices me da por mirarme la barriga en estas fechas? ¡Como para pensar en una dieta! Supongo que será uno de los nuevos propósitos del año que viene… Como cada año, claro. Igual que el de ser más ordenado, organizar el escritorio de mi ordenador (mesa y pantalla), ayudar más en las tareas de casa…

Pero no, paso de hacer listados. Me he dado cuenta de que sólo los pongo por escrito para recriminarme a mí mismo las cosas que NO hago. Y para que se queden sin tachar en el listado mirándome acusadoramente, señalándome con sus manos inexistentes y mirándome con sus también inexistentes ojos entornados. Yo creo que cualquiera de mis noches tardías me atacarán por sorpresa cual liliputienses cabreados y me torturarían usando las peores técnicas conocidas. Hummmm… Interesante, por otro lado.


En fin, feliz entrada de año a quien corresponda. Al resto, también. Me gustaría empezar a nombraros uno a uno para desearos algo concreto y personalizado, pero tardaría bastantes líneas mas y os aburriríais enseguida. Tranquilos, en mente lo tengo. Hay sólo 12 uvas, pero creo que me darán para todos. La última campanada es para vosotros, amigos, ya que sin vuestro apoyo y soporte no quiero ni pensar dónde estaría. Sed buenos esa noche, que los Reyes Magos están a punto de llegar (para quien haya escrito sus cartas, recuerdo!).


13 diciembre, 2008

Viejos amigos

Viernes, 12 de diciembre de 2008

Conocí a Oscar gracias a esas situaciones en las que, como amigo de tu prima, a la que ves cada seis meses, decides acompañarla con sus amigos para no morirte del aburrimiento en casa con los mayores. La ventaja es que es complicado que Oscar te caiga mal de inicio, incluso cuando lo conoces mejor. En aquella época era (y lo sigue siendo, claro) el "psicólogo" del grupo. Te escuchaba, te aconsejaba, te entendía. En aquella época de pubertad desaforada y sentimientos contradictorios era un pequeño bálsamo para las heridas sangrantes. De hecho, recuerdo aquellas charlas en la barriada, con el mítico frío castellano congelándonos hasta el tuétano, acurrucados en cualquier portal, haciendo los últimos repasos de la noche.


Qué mítica fue aquella vez que estuve perdidamente de Soraya, con aquel regalo escondido bajo la servilleta para que lo descubriera... Fue divertido que de tanto insistir para que cogiera lo que había en su plato se enfadara porque la tratábamos como a una cría. ¿Recuerdas la cara que se le quedó cuando vio el precioso anillo con forma de flor cuajado de piedras brillantes? Una pena que poco tiempo después descubriéramos que no merecía la pena esforzarse tanto... Ese viaje a "Cánterbury", como ella decía, le cambió la vida. Y tanto. Yo creo que la dejé un poco trastocada, ¿no crees?

Pero el momento álgido fue esa noche en la que me costó más esfuerzo que ganas confesar que me había dado cuenta (me río ahora al recordarlo) de que mis preferencias erótico-festivas estaban encaminadas hacia otros derroteros. Ni te inmutaste. ¿Por qué habías de hacerlo? Juntos hicimos pública la noticia en el grupo, con un intento de juego misterioso porque tenía el nudo en la garganta. Y no pasó nada. Era sólo un detalle más de mi vida que no significaba nada en nuestro trato, que siguió siendo intermitente pero firme. Incluso cuando te trasladaste a estudiar a Madrid. Allí creo que fue tu vida la que cambió un poco. Y mis esporádicas visitas eran aderezadas con sorprendentes descubrimientos sobre la estupenda persona que eres, en todos los sentidos. Solía ir a que recogieras mis pedazos y lo hacías sin preguntar. ¡Incluso aunque me tocara dormir en un colchón a los pies de tu cama!



Con el paso del tiempo apareció Antonio. Y quién no puede querer a Antonio. Es como si fuera de la familia desde el primer día que lo conoces. Comprendí pronto que erais la pareja perfecta por cómo os comunicáis sin hablar, cómo sabéis entenderos, cómo hacéis que los demás nos sintamos a gusto. Este puente ha sido una de esas ocasiones. Cuando estuvimos comiendo solos los tres y quisisteis que os pusiera al día de mi vida, me salió a borbotones como un torrente retenido. Antonio quiso saber si podía hacer una pregunta incómoda y tú rápidamente le corregiste en que, conmigo, no había preguntas incómodas. Es verdad. ¿Para qué ocultarles a los amigos lo que en el fondo quieres compartir con ellos? Sin vendas, sin medias verdades, sin esquivas. La pura y simple realidad para que puedan valorar lo que hay y lo que no. Y con ello echarte un cable para que uno pueda ver desde fuera qué aspecto tiene la situación.



Chicos, ha sido un placer, por fin, teneros en casa y disfrutar de vuestra compañía. Ya son... deja que sume de nuevo... 15 años. Nuestra amistad me recuerda que no hay que tener un contacto continuo para estrechar lazos, porque el tiempo perdido se puede recuperar en una llamada larga o una conversación frente a un café (o un plato de comida). Con estas líneas no os hago ni la mitad de mérito que el que os merecéis, pero simplemente espero que quien lo lea, sepa la inmensa suerte que tengo al conoceros. Al considerarme vuestro amigo.

Os quiero.

04 diciembre, 2008

El Letargo

Miércoles, 3 de diciembre de 2008


El vampiro se limpió la sangre de los labios y dejó a un lado el cuerpo del joven que acababa de vaciar sin contemplaciones. No había sido el primero en aquella semana en sufrir uno de sus ataques, pero sí el que menos compasión había provocado en el no-muerto. Si no se hubiera comportado con aquella soberbia, con la suficiencia que otorga la inmadurez de la adolescencia, tal vez se hubiera salvado. Pero se comportó como si estuviera por encima de un ser que llevaba a su espalda varias primaveras más que él. Unas cuantas más. Bastantes más. No debía haberlo hecho, pero la Bestia tomó las riendas y el frenesí fue más fuerte que los anteriores. O tal vez no quería detenerlo y sentir que liberaba todas sus frustraciones como hacía mucho tiempo que no hacía. Dejarse llevar sin asumir el control era cómodo, demasiado cómodo. Una vez pasado el delirio, con un cuerpo que se enfriaba por momentos en los brazos, notó que los habituales sentimientos de remordimiento no acudían a paralizarle los músculos. Ese chico se merecía lo que había conseguido y, aunque era una pobre justificación, por el momento bastaba.


Mientras colocaba el cuerpo en el suelo en lo que podría (torpemente) parecer que había sido una muerte natural o un atraco, comprendió que la última semana era la más extraña que había pasado en los últimos... Tal vez en los últimos diez años. Porque había pasado sólo una semana desde que despertó de aquel letargo maldito. El letargo, el sueño sin sueño en el que podían sumirse los vampiros cuando deseaban evadirse del mundo. Un mundo sin compasión que a este vampiro en concreto le había arrebatado al ser que creía que con más pasión había amado en su vida, si es posible decir que un corazón que no late es capaz de amar. Una extraña enfermedad se lo había arrebatado tras una lenta agonía que acabó con la resistencia de ambos. El Abrazo, el acto de traspasar la maldición de Caín a un humano, no fue una opción aceptable para el moribundo, que prefería acabar con su existencia del modo más natural posible y le horrorizaba tener que beber la sangre de otros para seguir viviendo. El funeral se celebró de día y su amante tuvo que visitar su tumba aquella fría noche, derramando lágrimas escarlatas que empaparon la corona de rosas rojas que adornaba la lápida. “Para siempre”, rezaba lacónicamente la cinta negra. Y el ángel de mármol con pose suplicante y manos elevadas

al cielo fue testigo mudo de la escena.


Los días siguientes fueron una continuación de la agonía pasada. El vampiro se desligó del mundo y se hundió poco a poco en una espiral de tristeza y autocompasión. Las noches pasaban sin que saliera de su habitación, sin alimentarse, sin mayor relación con el mundo exterior que una televisión siempre encendida en un canal de noticias. El sopor llegó como un regalo cuando nada importaba, cuando el vacío era tan grande que engullía hasta los sentimientos de rabia y abatimiento, cuando no quedó nada. Se sumergió en él sin esperar despertar, queriendo abandonarlo todo y a todos, ya que nada le importaba. Y así durmió…



Le costó ser consciente de que había vuelto a abrir los ojos y que volvía a ver a través de los suyos. El único sentimiento que le invadía era un hambre atroz y fue lo que le hizo salir de su cama para dirigirse hacia la fuente de vitae más cercana. Como el depredador que era, sus sentidos estaban funcionando con un solo fin y de ese fin dependía su supervivencia. Su casa se mantenía en perfecto estado de orden y limpieza, gracias a que su personal seguía las órdenes estrictas de que así fuera pasara lo que pasara. Salió a la calle y un golpe de frío le azotó el rostro. Con más prisa que cuidado, su primera víctima fue un vagabundo que dormía entre cartones en un callejón cercano. No fue suficiente, pero permitió que poco a poco se fuera sintiendo más dueño de sí mismo. Notó el desagradable olor de lo que aquel desgraciado había considerado su “hogar”, donde la misma zona albergaba restos de comida, excrementos y, sobre todo, drogas. Con algo más de calma y perdiendo menos los papeles, aquella noche la dedicó por entero a la caza y a sentirse de nuevo cómodo en un mundo que no había cambiado tanto en los años que había pasado en letargo. Los rostros de sus víctimas no quedaban grabados en su memoria, pero les permitió vivir con un gran esfuerzo, dado que el hambre seguía clavándole sus garras en el estómago. Ya había matado a uno, no había por qué sembrar la ciudad de cadáveres. Era necesario seguir manteniendo la Mascarada.


Tras una semana alimentándose con más o menos ansia y poniéndose al día de las últimas actividades cainitas y humanas, se sintió preparado para socializar un poco. Fue un gran error. Su posición social en la Estirpe había caído a peso y las miradas reprobatorias ni tan siquiera eran ocultadas. Sin embargo había salido de situaciones más comprometidas y podría recuperarse de ésta. Aún así no sentía ganas de quedarse a ser examinado con microscopio, por lo que salió lo más discretamente que pudo y acabó en una discoteca de moda observando a los jóvenes mover sus cuerpos al ritmo de una música endiabladamente distorsionada. Allí fue donde conoció al muchacho que había dejado seco, esperando que el forense de turno no fuese suficientemente inteligente como para darse cuenta de la falta de sangre del cadáver. O si no, tendría que mover hilos como en los viejos tiempos.


Cuando se disponía a marcharse, una figura en la entrada del callejón le observaba con la mirada fija. Una larga gabardina negra le cubría de pies a cabeza, pero no ocultaba la pálida piel de su rostro ni sus ojos brillantes como ópalos. Tenía la mirada encendida y la sonrisa lobuna, de medio lado. Era alguien conocido en la ciudad, cercano al Príncipe y pertenecía a la línea de sangre de los Ventrue, el esqueleto que sostenía la cada vez más vetusta Camarilla. Ambos se reconocieron sin apartar la mirada y se acercaron unos pasos, el Toreador aún inseguro de qué podría ocurrir. Se encontraba en la desventaja de haber sido descubierto en una falta y además por un vampiro algo más anciano que él y, desde luego, mejor posicionado. Aún así sintió que no podía dejar de mirar el rostro marmóreo que le había atrapado la voluntad y sólo se convirtió en un espectador ajeno a todo salvo aquellas pupilas hipnotizadoras. El vampiro de la gabardina se acercó hasta que estuvo a escasos milímetros del oído derecho del su joven hermano de sangre y le susurró suavemente: “bienvenido”. Se giró dispuesto a marcharse con estudiada lentitud, pero una mano se lanzó hacia delante y rozó levemente la suya. Bajó la mirada, observó su mano y miró de nuevo hacia el rostro que seguía perdido en aquellos ojos inmensos, imponentes. Sus propios ojos que ahora veía reflejados en aquellas pupilas de color verde.


El vampiro salió de su trance para descubrir que no tenía a nadie delante. Supo que no había sido su imaginación porque aún podía deleitarse en la fría sensación que sus dedos guardaban tras haber acariciado la mano de aquel desconocido. Se sentía tan descolocado como sorprendido por las emociones que le habían embargado. No sabía qué esperar y ni cómo actuar. Prefirió escapar de allí lo más rápido posible al amparo de las sirenas que recorrían la ciudad y las sombras que acechaban y observaban.