04 diciembre, 2012

Sí, acepto

Martes, 4 de diciembre de 2012

Tal vez no te creas lo que vas a leer en estas líneas. De hecho, ni yo mismo acabo de creérmelo mientras intento ordenar el batiburrillo de ideas que intento plasmar y que, seguramente, no serán más que un pobre reflejo de la realidad. Que las Musas me asistan.

Han sido muchos, muchísimos años de yermas peticiones, preguntas de respuesta vaga y abundantes bromas sobre cuándo, cuándo, cuándo. Reconozco que hubo momentos en los que dudé, días en los que me desesperé y siempre busqué mi tabla de salvación en tu ternura infinita y tus abrazos cálidos como el sol de primavera. Pero no sé si la perseverancia o el cansancio tienen su recompensa y, a primeros de año, se fraguó racionalmente el momento de dar el paso. EL paso. Que sólo sería eso, un mero trámite para formalizar una realidad ya existente.

Los meses transcurrieron como siempre y los mecanismos legales encajaron sin problemas. Empezamos a dar la fecha a familia y allegados y recibimos las primeras muestras de alegría, que se tejían con nuestro buen ánimo y nos daban alas y confianza. Pero sólo era un mero trámite, tampoco era necesaria tanta alegría. O eso nos repetíamos de vez en cuando.

Y sin mucho más, nos plantamos en los días previos al esperado evento. Sí, siempre quedará en el recuerdo que el día anterior fui a comprarme la ropa que llevaría. Pero lo que puedo afirmar es que según me iba probando camisas y americanas, notaba cómo mis fibras nerviosas comenzaban a vibrar haciendo que las míticas mariposas revoloteasen en mi estómago. Tal vez verme con un modelo u otro delante de un estrecho probador lo hacía más real. Tal vez saber que quedaban escasas veinticuatro horas lo dejaba al alcance de la mano. Tal vez sólo fuera sugestión propia del momento. Pero empecé a estar nervioso. Mucho.

El día D me vestí en casa de mis padres y atarme los botones de la camisa ya fue una aventura en sí misma. Me sentía encorsetado, rígido, centrado solamente en llegar a la hora exacta al Juzgado porque esta vez sabía que no me perdonarías un solo minuto de retraso. Y ha sido la vez que más puntual he llegado en toda mi vida. Que nadie me pregunte cómo lo hice. Y allí estabas tú, esperando ya con un buen montón de amigos y familiares. Montón que siguió creciendo con sorpresas de última hora que nos abrazaban, nos felicitaban y nos besaban. Ver en la sala tantísima gente junta, tantas cámaras apuntándonos… Sí, creo que ese fue el momento en el que me sentí querido y arropado, en el que me di cuenta de que somos tan especiales para ellos como lo son para nosotros. Que querían estar ahí para compartir un momento especial en nuestras vidas. Que te cogí la mano más de un momento para asegurarme de que era real.

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Te recuerdo exultante, brillante, guapo, elegante, entregado, FELIZ! La ceremonia duró el suspiro habitual y me podían las ganas de sujetarte la cabeza con las manos para que no te escaparas de aquel beso ya marital. Porque ya eras mi marido. Y yo el tuyo. Comenzaba un nuevo principio, un punto y seguido, un capítulo nuevo. La vida no da un giro radical, pero sí que fui consciente de que pequeños detalles no serían como antes, porque aunque sólo era un mero trámite, nos dimos cuenta de que estábamos diciéndolo para tranquilizarnos a nosotros mismos.

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Te quiero, marido mío. Soy muy feliz a tu lado y, aunque sé que no va a ser un cuento de hadas, las malas rachas se podrán superar como ya lo hemos hecho. Y ahora los momentos de recuerdo siempre podrán incluir este día por su significado y su importancia en nuestras vidas.

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Te quiero.

05 noviembre, 2012

Frustración

Domingo, 4 de noviembre de 2012

El joven vampiro siseó con desesperación contenida mientras notaba cómo la ira se apoderaba de él. Apretó los puños con rabia y trató de alejar de sus pensamientos las ansias asesinas que aullaban como lobos hambrientos. ¡Cómo se había atrevido, esa loca Malkavian, esa lunática sociópata, a robarle delante de sus narices a su presa de esa noche!

Cierto era que, como cualquier depredador, no siempre había conseguido cobrarse el premio de una noche de caza, pero no acababa de acostumbrarse a la idea de una ocasión desperdiciada, un precioso tiempo perdido y un deseo insatisfecho.

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Además, había estudiado a aquel joven durante casi una semana, siguiéndole cada noche hasta la puerta de su casa cuando averiguó dónde vivía, había movido sus hilos para conocer sus actividades diurnas, tenía su número de teléfono y hasta había cruzado algunas palabras en la discoteca en la que “casualmente” coincidieron la noche anterior. Casi había saboreado su preciosa vitae en esos momentos en los que tuvo que susurrarle unas palabras al oído para escucharse por encima de la atronadora música electrónica. Había decidido disfrutar de la caza de este ejemplar y había invertido mucho tiempo y recursos en él. ¿Es que ya no se respetaban las antiguas normas de etiqueta?

Pero había tenido que intervenir esa maniática bipolar de estilo gótico y labios rojo burdeos para fastidiar la operación. Ella llegó con su sonrisa encantadora, su mirada desquiciada y ese don que tienen los de su familia para ver más allá de lo evidente. Así, sin saber cómo, en menos de un parpadeo, se lo llevaba de la mano calle abajo para devorar su sangre sin más miramiento. Incluso tuvo la poca delicadeza de volverse a medio camino y dedicar una sonrisa taimada al joven vampiro que seguía con el rostro desencajado por la estupefacción.

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¡La maldita zorra se lo había quitado delante de sus narices y ya no había nada que pudiera hacer por evitarlo! Ni una queja formal al Príncipe serviría de nada, ya que no estaba en su Dominio ni era un recipiente que le perteneciera por derecho.

De vuelta a su refugio, el cainita despechado se hundió delicada pero inevitablemente en una profunda melancolía. Tal vez ya era demasiado viejo para seguir utilizando tácticas arcaicas. Las nuevas generaciones campaban a sus anchas usando la tecnología, su cercanía a la Humanidad y su desconocimiento de las reglas de buena conducta hacia los mayores para poder apoderarse de las mejores presas, sin importarles a quién pudieran atropellar por el camino. Y esta vez le había tocado a él. Él, que había deseado hacerlo suyo en una cama con sábanas de seda y luces atenuadas. Él, que había imaginado que suspiraba su nombre cuando notaba los colmillos hundiéndose en su cuello. Él, que casi podía notar su corazón aporreando su frío pecho para revitalizar sus muertas venas de nuevo.

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Tal vez, sólo tal vez, era el momento de asumir que ya no era la época de los vampiros románticos de hace doscientos años. Bram Stoker ya había muerto y su novela también. Shelley y Stevenson sólo eran historia. Lugosi se pudría en su ataúd de pino con una capa ajada. Tal vez, sólo tal vez, era el momento de dejar de seleccionar tan cuidadosamente las presas y lanzarse a la caza desenfrenada sólo para saciar el hambre. Sólo tal vez.

31 octubre, 2012

Amores de juventud, amores de madurez

Miércoles, 31 de octubre de 2012

Desde hace un tiempo, compartiendo experiencias y hombros en los que llorar, he vuelto a darme cuenta de un detalle que no tengo muy claro si es de conocimiento general o bien sólo lo he percibido yo porque soy un cínico irredento.

Prácticamente todo el mundo ha tenido uno o varios amores de adolescencia, cuando todo son un puñado de hormonas y bastantes ganas de comerse el mundo con sueños más o menos imposibles. Son esas ocasiones en las que sientes que tu corazón tiene alas cuando ves a la persona amada, cuando lloras con el alma casi literalmente partida porque te han traicionado y cuando poder tener una cena romántica en una hamburguesería es el mejor momento de toda tu vida. Son esas relaciones tan apasionadas y tan descontroladas que, por suerte, están sujetas por nuestra falta de independencia económica y por unos padres que suelen intentar enseñarnos como pueden que aún queda mucha vida por delante.

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Cuando los años van pasando factura y las cicatrices en los sentimientos nos hacen un poquito más duros, todo se ve con otra perspectiva y aunque nos seguimos enamorando con las ganas de ser el centro del mundo de quien ya es nuestro centro, de compartir algo más que un par de películas en el cine e incluso construir un futuro juntos, llevamos una protección forjada con las experiencias previas. Algunos, incluso, creemos ver de antemano el final y las segundas intenciones pese a que no solemos acertar, pero es que somos así.

 

Los casos curiosos los estoy descubriendo ahora, en lo que algunos consideran el inicio de la madurez (no en mi caso, os lo puedo asegurar). De vez en cuando conozco a alguien con una biografía en la que hay una ausencia de estos amores locos de juventud, bien porque sigue con la misma pareja con la que estrenó su virginidad sentimental o bien porque nunca ha sentido esa pasión arrebatadora que aprisiona los sentidos. Y, curiosamente, otra persona aparece en su vida que les abre las mismas puertas de la gloria y el mazazo es, siendo elegante, como una patada en donde a los chicos nos duele más. De pronto, toda esa contención de años, todas las presas de ríos de plenitud espiritual, empiezan a fluir como un torrente desbordado que arrasa con todas las ideas asentadas y muchas veces deja al descubierto algunas que incluso se desconocía que existieran. El terremoto supera la escala conocida y no suele quedar nada en pie que recuerde remotamente a nuestra vida anterior. Vida, por otra parte, que jamás volverá a ser igual por más que queramos dar un paso atrás. Además, ya no somos adolescentes.

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Sin embargo, el mayor peligro que descubro en estas situaciones es que, justamente, que ya no somos adolescentes.  Aunque sea poca, hay una cierta independencia económica que otorga libertad suficiente. Y tampoco tenemos unos progenitores frenando nuestros salvajes latidos con consejos de toda la vida y frases vacías. Podemos hacer viajes cruzando el país porque él (ella) tiene un catarro o bien hemos visto el anillo que encajaría de forma perfecta en su dedo. Nuestros amigos no nos comprenden porque sentimos un fuego tan arrebatador que nos consume las sinapsis cerebrales, por más que sus palabras sean las más sensatas que hemos podido escuchar en años. Nos sentimos en el derecho de vivir las experiencias al límite ya que no las hemos vivido antes. Nada puede detenernos porque tenemos el corazón tan hinchado, que se nos escapa del pecho.

Seguramente todos hemos conocido historias con finales más o menos felices, con parejas que aprovechaban la ocasión para desplumar al Romeo (o Julieta) ciego y generoso, con rupturas que uno de los amantes de Teruel no acaba de aceptar y se arrastra por el lodo suplicando una segunda (o tercera, o novena, o vigésima) oportunidad, con más gritos de despedida y menos abrazos sentidos… Son el día a día de nuestros “amores de madurez”, ante lo que los preocupados espectadores no podemos hacer otra cosa que aguardar pacientemente para recoger los pedazos de nuestro amigo (o amiga) y recomponerlos lo mejor posible para que pueda seguir caminando.

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Así pues… ¿es mejor no dejar de ser nunca un adolescente o madurar con la serenidad propia de los años? ¿Mejor seguir cometiendo locuras para no dejar de sentirnos inflamados por la pasión o contenernos para no exceder nuestros límites y los que se nos imponen? O, simplemente, aceptar lo que la vida nos deja por el camino y reaccionar según nos pida el cuerpo.

10 octubre, 2012

Tu cuello

Miércoles, 10 de octubre de 2012

Ah, inocente mortal, aquí estás de nuevo a sabiendas de lo que va a pasar y de lo que va a significar… Últimamente has venido a mí más a menudo que el resto, destacando entre los demás con tu acento extraño, tu mirada morbosa y tu sonrisa de galán de los años cincuenta. Los favoritos van y vienen con rapidez, pero tú has sabido aprovechar tu momento y ganarte el favor que sólo concedo a unos cuantos.

Sí, tienes madera para convertirte en un Condenado como yo, pero no lo haré, Sé que la imagen edulcorada y brillante de los de mi raza puede ser engañosa aunque seguramente no durarías ni media década antes de que cayeras en manos de la Inquisición, algún Sabbat envalentonado o rompiendo alguna vez la Mascarada. No, no estás preparado aún y no creo que lo estés nunca. Pero aquí estás, dispuesto para mí, ofreciéndote para que me alimente de tu preciosa y cálida sangre.

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Te has desnudado prácticamente del todo, dejando que tu piel quede descubierta para que pueda acariciarte y notar cómo se te eriza el vello por la emoción del momento. Quieto, de pie en mitad de la habitación, permites que te examine como un comprador a su caballo de carreras: paso el dedo por tu espalda, amaso los músculos del hombro, pellizco tu muslo… Me satisface, ya lo sabes, por eso te he elegido a ti esta noche.

Levemente, pero de forma evidente, inclinas tu cabeza para dejar el arco de tu cuello completamente descubierto a mis más bajas pasiones. Por un momento siento que la Bestia está a punto de tomar el control y arrastrarme a un hambre asesina, pero uso toda mi voluntad para contenerla y hacer que me permita disfrutar del momento. El momento en el que me coloco detrás de ti y te abrazo con fuerza, no sé si para evitar que te muevas o para que sientas mi frío pecho sin latidos más pegado a ti. Tu pulso se acelera, parece que el corazón se saldrá de tu cuerpo como siga así. Ese bum-bum me grita que siga, que te ofreces, que eres mío. Como desees.

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Pero primero me deleito, olfateo tu suave piel y descubro que has vuelto a ponerte la colonia que sabes que tanto me gusta, la que te deja ese aroma fresco pero masculino. Te rozo con la punta de la nariz, desde la oreja hasta el hombro, así alargo tu placer y el mío. Tu cabeza se inclina más y mis labios van dejando un rastro húmedo recorriendo el camino inverso que acabo de terminar. De tus labios entreabiertos se escapa un suave gemido de placer que incrementa mi pasión. Termino con suaves succiones en la zona elegida, donde ya ha empezado a acumularse tu circulación.

Despacio, sin importar el tiempo, abro mi boca y exhalo mi aliento caliente, por el mero placer de notar cómo tiemblas con un nuevo gemido. Sí, no puedo contenerme más, la necesidad comienza a ser abrumadora. Aún así, sin un ápice de prisa descubro mis colmillos y apoyo las puntas sobre la zona de tu aorta. Cuando crees que voy a quedarme parado lo que queda de noche, lanzo la cabeza hacia atrás en un gesto rápido y hundo mis dientes en tu delicada piel. La sangre mana hacia mi boca y el placer que os provoca a los mortales el Beso consigue que tus piernas flaqueen y acabemos ambos abrazados (yo a tu espalda, tú a mis brazos) en el suelo. Me parece oír a lo lejos que tú suspiras de placer, mientras que yo no puedo evitar mis rugidos victoriosos al tragar.

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Te veo tendido en la cama, ya completamente desnudo. El sexo para mí siempre ha sido una desagradable consecuencia y un merecido premio para mis víctimas, pero aún así supongo que sigo dejándome llevar por la emoción del momento y por un pequeño sentimiento de culpa. Duermes y respiras con tranquilidad, has tenido suerte y mañana podrás seguir viviendo. Pero debes tener cuidado, pequeño mortal, no siempre puedo contenerme. Tal vez sea el momento de que dejes de ofrecer tu cuello con tanta confianza. O yo de aceptarlo.

04 octubre, 2012

Esto es cosa de dos

Jueves, 4 de octubre de 2012

Siempre se dice que una pareja es cosa de dos y con los años me he ido dando cuenta de que no hay nada más lejos de la realidad. Una pareja la conforman dos personas, sin duda, en eso la RAE es bastante estricta, pero sin embargo la realidad es que las cosas de la pareja no son sólo de los conformantes de la misma.

Ninguna pareja, por cerrada y asocial que sea, se libra de tener “agentes externos” que influyen en su relación de un modo o de otro. Quien no tiene una familia que no deja de llamar, tiene a la muy mejor amiga que siempre está queriendo quedar o el grupo del colegio que se reúne dos veces al mes para volver a contar las batallitas de siempre.

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Cuando la pareja tiene un problema, siempre se dice que es mejor dejar que solucionen sus problemas “porque es cosa de dos”. Error de nuevo. Cada parte suele (no siempre) elegir una o varias personas con las que poder descargar sus temores, sus dudas, sus problemas y recibir a cambio algo de comprensión, de consejo o simplemente de cariño. Siempre hay quien prefiere tragarse lo que siente y fermentarlo en la soledad de sus pensamientos, pero de alguna manera siempre acaba saliendo fuera. Incluso por recomendación de psicólogos, esto es sano y recomendable, pero entonces la pareja ya no es “cosa de dos”.

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Los amigos ayudan, la familia apoya, por lo que su influencia al final se deja notar de un modo o de otro. ¿Quién no ha tenido una conversación de pareja en la que aparecen frases como “me han dicho”, “piensan que”, “me han recomendado”? La pareja ya no es cosa de dos, forma parte de un conjunto, de un todo, de un entramado. Negarlo es negar que el sol sale cada mañana. Pero aún hay quien cree en el modelo creacionista de la evolución, así que…

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Y sería hurgar mucho incluir cuando las “cosas de dos” incluyen a terceras personas con intereses sentimentales bien marcados hacia una de las partes. Las relaciones que se rompen porque hay otro(s)/otra (s) están a la orden del día. ¿Es también cosa de dos? Digo yo que el otro vértice también tendrá algo que ver.

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Hace tiempo que me di cuenta de que la sociedad, la educación que nos dan desde niños y, sobre todo, las películas de Disney, nos hacen tener una visión muy retorcida e inexacta de lo que una relación de pareja debería ser. Los amores pasionales de los tres primeros meses no duran para siempre. El príncipe viene a rescatarte (con suerte) una vez en tu vida, princesa. Las tardes paseando por París son más fáciles cuando vives en París. Mirarte embelesado durante horas hace que te acabes por aprender todas sus espinillas y lunares. El sexo también requiere esfuerzo, ganas y negociación. Las tareas de la casa no son cosa de uno solo ni se hacen solas. Tus/sus padres seguirán creyendo que eres su hijito del alma y te tratarán como tal. Tus amigos verán la parte de la relación que les quieras mostrar y se sorprenderán cuando se enteren de tus más sucios secretos (aunque ya los conozcan). Y, cómo no, cuando eres un vampiro, no dejas de serlo por arte de magia.

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26 septiembre, 2012

El Hambre. La Bestia.

Martes, 25 de septiembre de 2012

El joven vampiro se miró las manos ensangrentadas aún aturdido por los recuerdos y las sensaciones que rebotaban en su memoria. Aún le temblaban las piernas una vez que la preciosa adrenalina abandonaba poco a poco sus músculos y tomaba control consciente de sí mismo. A sus pies, con la mirada vidriosa y perdida en el infinito, un chico con un traje de camarero de un restaurante cercano yacía muerto sobre el húmedo y frío asfalto con la piel tan pálida como una hoja de papel recién sacada de la fábrica.

 

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Todo vampiro con un poco de conocimiento de su propia naturaleza sabe que la Bestia es un enemigo contra el que hay que luchar día a día, minuto a minuto, que te tienta y te seduce en cada ocasión que se le presenta. Y lo peor de este enemigo es que está dentro de uno mismo. Nadie puede sentirse libre, por mucho que se dedique a combatirlo, que lo deteste o que lo asuma como parte de sí. Y el hambre animal de los Vástagos es uno de los mecanismos más habituales en los que se hace notar.

Generalmente la primera vez no es premeditada. Por accidente, tal vez por descuido, por falta de autocontrol, la Bestia toma las riendas durante una plácida alimentación que se convierte en un abrir y cerrar de ojos en un baño de sangre. La sensación posterior es de hartazgo, pero también la culpabilidad hace estragos, aunque lo más común es decirse a uno mismo que no ha tenido nada que ver, que fue la primera vez y que la próxima estará más atento. Racionalizar el hecho, disociarlo de uno mismo, no hace sino debilitar nuestras cadenas.

Quizá haya una siguiente vez, de nuevo sin planear. Esta vez es posible que incluso la víctima se lo mereciera, porque era un violador inconfeso, un camello que adulteraba la droga o un policía corrupto. Aunque reprobable, tenía su pequeña justificación. Pequeña y débil. Otra victoria para  la Bestia.

 

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Pero la sensación de triunfo, de poder, ya ha anidado en nuestro interior. Se ha ido abriendo camino hasta la parte más oscura de nuestra alma, donde la Bestia aúlla agitándose dentro de su jaula. Un día cualquiera querremos saborear de nuevo el peso de un cuerpo enfriándose en nuestros brazos, una vida segada sin saber exactamente qué le atacó. El placer de la caza por la mera caza será más excitante que el mejor opio mezclado con la droga más potente y endulzado con el orgasmo más pasional. Esta vez tal vez digamos que fue un mero divertimento, que el cadáver tuvo la mala suerte de pasar en el momento más inadecuado por el sitio menos adecuado. Bueno, hay muchos peces en el mar, no se le echará de menos. No, qué va.

Y así, poco a poco, vamos perdiendo el control racional para dejarnos guiar absolutamente por nuestras pasiones más animales. Mentimos, atacamos, sobornamos y hacemos lo posible por satisfacer necesidades básicas sin pensar en las consecuencias. El egoísmo es absoluto, hasta tal punto que no respetamos ni a la divinidad en la que creamos ni al ser que más amemos. Nos justificaremos hasta la saciedad o creeremos que el resto del universo está equivocado. Y nuestra satisfacción será mayor cuanto mayor sea el pecado cometido.

Hay quienes, entre los nuestros, deciden abrazar esta senda de corrupción y degeneración creyendo que podrán controlar la espiral de la que nadie puede salir. Ingenuos. Simplemente aceleran el proceso y se abandonan a la Bestia sin luchar ni un solo segundo. Los coyotes de los desiertos tienen más sentido común.

 

El joven vampiro volvió a mirarse incrédulo las manos y se las limpió con asco en su chaqueta de marca recién comprada. Después se la quitó como si estuviera ardiendo y la dejó caer sobre la cara de su víctima. Pobre muchacho, ha sido sin querer, esto no es lo que debería haber pasado… Salió del maloliente callejón y se alejó a paso vivo camino a ninguna parte. No recordaba el nombre del camarero. En unos días tampoco recordaría su rostro.