06 mayo, 2011

Organizando recuerdos

Jueves, 5 de mayo de 2011

Por fin he vuelto. Por fin estoy aquí de nuevo. El sonido chirriante de la puerta me da la bienvenida y tengo que hacer algo de fuerza para que las bisagras cedan tras tanto tiempo olvidadas y sin moverse. Por todos los dioses, ¿tan desordenado dejé todo antes de irme? Y sonrío por mi propia idea porque sí, soy desordenado por naturaleza.

Lo primero es barrer un poco para eliminar la casi indecente capa de polvo que se ha formado. Las baldosas del suelo me recuerdan la firmeza de los pasos que di sobre ellas, los tropezones que me hicieron caer y la dureza del firme cuando mi cara o mis rodillas se despellejaban en algunas ocasiones. Pero siguen formando un dibujo precioso, con su espiral interminable.

Debajo de una mesa, casi olvidado, hay un soldadito de plomo. Lo limpio con una esquina de mi camisa y veo que ha perdido algo de lustre, pero se mantiene en su actitud marcial y su mirada al frente. No hay más ejército, sólo este valiente que peleó en una batalla perdida o, más bien, que ganó en un combate contra enanitos de jardín.

La mesa es un desastre, no se puede decir de forma más elegante. Tal vez lo mejor fuera hacer un montón y tirarlo todo a la basura o quemarlo en una gran hoguera de San Juan, pero de pronto descubro una postal de un pequeño pueblo de montaña. Es sencilla y está sin firmar, pero no puedo deshacerme de ella por mucho que quiera. Es más, la limpio y uso una chincheta para que quede colgada en la pared.

Entre un montón de papeleo oficial hay un parte médico. Tsk. A veces me olvido de que pasó, pero ocurrió y no hago mucho al respecto. Ah, y una orden de clausura a la que nunca le hice demasiado caso…

El pececito disecado y conservado en metacrilato ha perdido algo de color, pero mantiene sus ojos abiertos como si fuera a revivir de un momento a otro. No lo hará. No quiero que lo haga. Pero aún así se queda. Como los restos de una tableta de chocolate que mordisqueé durante un tiempo y aún no está rancio del todo. Bueno, nunca se sabe cuándo tendrá uno hambre…

Esa foto dedicada es de una actriz algo famosa, recuerdo. Decían que me parecía a ella, decían que no… Siempre será mi musa, hasta el día en que su personaje murió.

Y, cómo no, el vampiro. Tengo un baúl cargado de recuerdos de ese mítico personaje que aún me persigue por los callejones oscuros y por el que aún me dejo seducir cuando nadie mira. Sus colmillos y su pálida piel nunca dejarán de encandilarme. No como el collar de cristales de imitación de una princesa que una vez conocí. Una pérdida de tiempo, debo añadir. Son tan insulsas como cargantes.

El montón de apuntes de exámenes mejor será meterlos en una caja por si vuelven a ser necesarios. No, mejor en el suelo cerca de la mesa. Voy a necesitarlos de nuevo, lo sé. ¿Y este billete de autobús urbano tan viejo y estropeado? No, a la papelera no, que tendrá algún recuerdo interesante. Luego pensaré en ello.

 

Tras dos o tres horas de rondar por la habitación y cambiar todo de sitio, decido que seguiré pronto con el trabajo que he comenzado. Me consta que no será mañana, pero me propongo que sea la semana que viene. Y tal vez tampoco lo sea. ¿Me estoy haciendo mayor o es simple vagancia? Cierro la puerta con cuidado y sonrío cuando no escucho el chirrido delator. Yo también te he echado de menos…