26 septiembre, 2012

El Hambre. La Bestia.

Martes, 25 de septiembre de 2012

El joven vampiro se miró las manos ensangrentadas aún aturdido por los recuerdos y las sensaciones que rebotaban en su memoria. Aún le temblaban las piernas una vez que la preciosa adrenalina abandonaba poco a poco sus músculos y tomaba control consciente de sí mismo. A sus pies, con la mirada vidriosa y perdida en el infinito, un chico con un traje de camarero de un restaurante cercano yacía muerto sobre el húmedo y frío asfalto con la piel tan pálida como una hoja de papel recién sacada de la fábrica.

 

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Todo vampiro con un poco de conocimiento de su propia naturaleza sabe que la Bestia es un enemigo contra el que hay que luchar día a día, minuto a minuto, que te tienta y te seduce en cada ocasión que se le presenta. Y lo peor de este enemigo es que está dentro de uno mismo. Nadie puede sentirse libre, por mucho que se dedique a combatirlo, que lo deteste o que lo asuma como parte de sí. Y el hambre animal de los Vástagos es uno de los mecanismos más habituales en los que se hace notar.

Generalmente la primera vez no es premeditada. Por accidente, tal vez por descuido, por falta de autocontrol, la Bestia toma las riendas durante una plácida alimentación que se convierte en un abrir y cerrar de ojos en un baño de sangre. La sensación posterior es de hartazgo, pero también la culpabilidad hace estragos, aunque lo más común es decirse a uno mismo que no ha tenido nada que ver, que fue la primera vez y que la próxima estará más atento. Racionalizar el hecho, disociarlo de uno mismo, no hace sino debilitar nuestras cadenas.

Quizá haya una siguiente vez, de nuevo sin planear. Esta vez es posible que incluso la víctima se lo mereciera, porque era un violador inconfeso, un camello que adulteraba la droga o un policía corrupto. Aunque reprobable, tenía su pequeña justificación. Pequeña y débil. Otra victoria para  la Bestia.

 

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Pero la sensación de triunfo, de poder, ya ha anidado en nuestro interior. Se ha ido abriendo camino hasta la parte más oscura de nuestra alma, donde la Bestia aúlla agitándose dentro de su jaula. Un día cualquiera querremos saborear de nuevo el peso de un cuerpo enfriándose en nuestros brazos, una vida segada sin saber exactamente qué le atacó. El placer de la caza por la mera caza será más excitante que el mejor opio mezclado con la droga más potente y endulzado con el orgasmo más pasional. Esta vez tal vez digamos que fue un mero divertimento, que el cadáver tuvo la mala suerte de pasar en el momento más inadecuado por el sitio menos adecuado. Bueno, hay muchos peces en el mar, no se le echará de menos. No, qué va.

Y así, poco a poco, vamos perdiendo el control racional para dejarnos guiar absolutamente por nuestras pasiones más animales. Mentimos, atacamos, sobornamos y hacemos lo posible por satisfacer necesidades básicas sin pensar en las consecuencias. El egoísmo es absoluto, hasta tal punto que no respetamos ni a la divinidad en la que creamos ni al ser que más amemos. Nos justificaremos hasta la saciedad o creeremos que el resto del universo está equivocado. Y nuestra satisfacción será mayor cuanto mayor sea el pecado cometido.

Hay quienes, entre los nuestros, deciden abrazar esta senda de corrupción y degeneración creyendo que podrán controlar la espiral de la que nadie puede salir. Ingenuos. Simplemente aceleran el proceso y se abandonan a la Bestia sin luchar ni un solo segundo. Los coyotes de los desiertos tienen más sentido común.

 

El joven vampiro volvió a mirarse incrédulo las manos y se las limpió con asco en su chaqueta de marca recién comprada. Después se la quitó como si estuviera ardiendo y la dejó caer sobre la cara de su víctima. Pobre muchacho, ha sido sin querer, esto no es lo que debería haber pasado… Salió del maloliente callejón y se alejó a paso vivo camino a ninguna parte. No recordaba el nombre del camarero. En unos días tampoco recordaría su rostro.