23 mayo, 2013

Crucero de placer

Domingo, 19 de mayo de 2013

El joven vampiro volvió a cerrar los ojos para disfrutar de la música celestial que emanaba del piano, la dulce cadencia que inundaba sus oídos gracias al magnifico intérprete. Se dejó arrastrar por la fascinación propia de su Clan sin oponer resistencia, se sintió elevado hacia una especie de estado meditativo en el que cada nota era una explosión de colores en su subconsciente, cada cambio de ritmo una puerta a una sala llena de imágenes surrealistas y cada silencio una entusiasmada espera para la siguiente sorpresa. Podrían pasar horas antes de que despertase de aquella ensoñación, pero esta vez no le importó. Esta vez iba a dejarse llevar y... Una ira creciente y furiosa le invadió cuando notó que una titubeante camarera le zarandeaba con suavidad para despertarle y ofrecerle otra bebida (la anterior había acabado lenta pero discretamente en la maceta más cercana). Su mirada casi asesina o tal vez un uso subconsciente de sus habilidades sobrenaturales alejó a la joven con una rápida disculpa en los labios.

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La sala donde estaba el piano se había vaciado prácticamente del todo, dejando únicamente a esa pareja de ingleses que se besaban como si no hubiera mañana, el ruso con pinta de mafioso que sobaba sin tapujos a su acompañante bastante más joven que él, el vampiro y el pianista: Giuseppe. Ah, de haber sabido que disfrutaría de tan hermoso músico, con un talento desperdiciado, no habría tenido tantos reparos en embarcar en aquel crucero lleno de mortales fingiendo ser nuevos ricos con una elegancia equiparable a la de un Nosferatu con ropa elegida al azar y recién salido de la alcantarilla en la que viviera. Efectivamente, le estaba costando lo indecible contener sus ganas de provocar una masacre en aras del estilo, la moda y el buen gusto. Pero, lamentablemente, incluso en aguas internacionales como estaban, no sería del todo bien visto. Y eso, sin duda, podría ser un inconveniente.

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Aún no sabía cómo se había dejado convencer para un viaje que ponía tan en juego la Mascarada, pero empezaba a hacerse viejo y echaba de menos las emociones fuertes de su juventud, décadas atrás. Además, ¿qué era lo peor que podía ocurrirle? Sin duda no iba a ahogarse y sus correrías nocturnas hacían que fuera sencillo no aparecer en las horas de sol. Por suerte había elegido aquella ruta por sus numerosas paradas de varios días en diferentes puertos mediterráneos y así podía pisar tierra y hacer turismo. Alabado fuese Caín por no haberse encontrado con ningún Vástago peligroso, habida cuenta de que se encontraba en territorio francamente hostil. Las relaciones de la Camarilla con los Giovanni no pasaban por su mejor momento y se estaba saltando a la torera la Segunda Tradición no presentándose ante el Príncipe o mandatario local. Podía provocar un pequeño incidente diplomático, pero lo más seguro era que la situación se saldase con una Caza de Sangre o viendo un último amanecer. Triste, pero efectivo.

El piano volvió a destilar un melancólico sonido que sonaba a triste despedida y última canción de repertorio. La última nota pareció una lágrima cayendo con suavidad en un lago de plata líquida y flotó en el ambiente cuando el pianista se levantó y saludó con una ligera inclinación y una leve sonrisa al último espectador que quedaba en la sala. El vampiro asintió con solemnidad y aplaudió imitando un cierto deje burgués. Había sido una noche excepcional y debía agradecérselo como era debido. Durante un breve pero intenso segundo se planteó invitarlo a su camarote, fingir un apasionado coqueteo y después clavar los colmillos en su cuello para saciar el hambre. Incluso destelló la idea de ofrecerle una nueva vida, hacerle renacer y conservar su talento para siempre. Pero la experiencia le decía que esas historias de folletín nunca acababan bien. Era mejor dejarlo estar y permitirle vivir y morir como su destino le dictase, suponiendo que había un destino o alguien que lo guiase.

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Pero el hambre seguía ahí y la Bestia reclamaba su tributo esa noche. Era tarde y cazar en alta mar parecía impensable, pero en un pasillo cualquiera se cruzó con un joven del mostrador de atención al cliente que ya le había sonreído varias veces al verle. Era un menudo muchacho moreno de no más de 25 años, mirada pícara y un cierto aire de suficiencia. Su acento italiano lo delataba en cualquier idioma, pero le daba un toque muy exótico. El vampiro se giró y descubrió que el chico se había girado y le miraba con estudiada intensidad. No era la primera vez que hacia aquello, era evidente, aunque su táctica de seducción dejaba mucho que desear. Daba lo mismo, sería una suculenta cena.