25 abril, 2009

El pequeño príncipe bohemio

Sábado, 25 de abril de 2009

El pequeño príncipe bohemio sonreía mientras las llamas le iluminaban el rostro. Había sido una noche desenfrenada, como todas las anteriores, pero se sentía vivo, que era lo importante. Notaba el sudor perlando su fuerte y su oscura melena estaba enredada y llena de barro seco. Había bailado con sus amigos hasta caer exhaustos alrededor de la hoguera, habían bebido hasta que las estrellas dieron vueltas sobre sus cabezas, el humo de la madera seca se había mezclado con otro tipo de humo que les hizo reír hasta que se les saltaron las lágrimas. Ahora sus ojos brillaban intensamente mientras se sumergía en sus meditaciones mientras sus compañeros y amigos dormían. Oía sus respiraciones rítmicas y el crepitar de las últimas brasas. Oía las olas rompiendo en la playa. Oía una voz que le llamaba por su nombre.

El joven príncipe se giró alarmado por si había alguien más en la zona que no hubiera visto. Pero esa voz no le susurraba al oído como el zumbido de los mosquitos, sino que le hacía vibrar una fibra de su ser que nunca había percibido. Esa sensación le generaba cierta incomodidad, pero también mucha curiosidad. Cuando quiso darse cuenta, sus pies ya le estaban llevando a través del frondoso bosque siguiendo los ecos de la voz que le hipnotizaba como un ensalmo. No sabía hacia dónde se dirigía, temía perderse y tal vez no poder volver nunca a su playa, pero no podía evitar acercarse a una pequeña gruta de donde parecía que partía la desconocida voz.

A pesar de la oscuridad de la noche, de aquella grieta en la montaña surgía una pulsante luz que cálidamente espantaba las sombras que le aterraban. Confiando en sí mismo y en aquella luz, entró en la cueva y se enfrentó a lo desconocido. La luz aumentaba poco a poco en intensidad, tanto que tuvo que taparse como pudo los ojos para continuar avanzando. Aún así la voz sonaba más cercana, más vibrante, con un timbre más dulce y encantador. La voz y la luz parecían provenir de algo o alguien que estaba sentado en el rocoso suelo, por lo que podía intuirse. Sus formas estaban poco definidas y su resplandor hacía que fuera complicado distinguir si se trataba de hombre, mujer o animal. Aún así el pequeño príncipe bohemio se sentó a su lado y se dejó arrullar por su voz profunda y melancólica, que parecía hablarle de algo muy lejano pero conocido a la vez. Sus manos recorrieron a tientas el cuerpo del fascinante ser, sintió el escalofrío de notar unas manos recorriendo el suyo y finalmente no pudo contener un suspiro de placer cuando se besaron con suavidad, alargando el momento cuanto fue posible.

El joven se sintió algo confuso al notar el sabor que quedaba en su boca, un cierto regusto de culpa por haberse lanzado a la aventura olvidando todo lo demás, sin pensar en las consecuencias y, fue entonces, cuando la duda echó raíces en su corazón. Sus ojos se habían acostumbrado al resplandor y la forma del ser se acentuó poco a poco. No le disgustó lo que vio. Más al contrario, se sentía satisfecho, pero eso le generaba cierta incomodidad. Sus pasados amores y posiblemente los futuros no se concebían en cuevas con seres deslumbrantes, eran más terrenales. La mirada del ser parecía interrogante, tal vez algo suplicante, pero las peores preguntas no es necesario hacerlas, cada cual sabe dónde las ha enterrado.

Se levantó despacio y se despidió cortésmente del ser de luz que acababa de conocer. Miró atrás en el camino de vuelta, hacia la entrada que seguía brillando pero con menos intensidad que al principio. Durante un breve instante se detuvo para considerar si debía volver y quedarse allí para siempre. Sin embargo el sol comenzaba a despuntar en el horizonte y sus amigos y compañeros se desperterían en breve, preguntándose dónde había ido.

No, las cuevas no son para los príncipes bohemios, que están acostumbrados a bailar toda la noche bajo la luz de las estrellas.

10 abril, 2009

EL hijo de la Marcela

Viernes, 10 de abril de 2009

Podría decir que esta vez me he retrasado en mi cita semanal con el blog. Podría decir que, para empezar, no hay tal cita. Pero creo que a partir de ahora me la voy a imponer si quiero mantener mi rinconcito limpio, aseado y ordenadito. No sé si será un día entre semana o los fines de semana que, supuestamente, tengo algo más de tiempo. Da lo mismo, porque tiempo que tengo libre, tiempo que desperdicio alegremente.

No soy constante, es un hecho. O sí lo soy, pero para no hacer nada útil. Los días que he trabajado de tarde en el centro comercial, entre que te levantas, ponte bien y estate quieto, era hora de salir. Los días de mañana sales y lo que menos apetece es ponerse a recoger, limpiar o teclear cuatro frases en un blog que escribo sin que casi nadie lo lea. Y llega el fin de semana, bueno, el domingo. Si no estás de resaca, de recuperación de sueño o de visita familiar, me dedico al placer de tirarme en el sofá encima de mi osete o a subir niveles a un ritmo medianamente aceptable en el WOW. En resumen, que estoy un poco abandonado del mundo.


Tengo unos cuantos mails sin contestar desde hace siglos, aunque por suerte no son del todo urgentes. Si la partida de rol empezará (supuestamente) en verano, tengo tiempo para ir poniéndoles al día sin agobiarme. Los asuntos de la asociación son mero trámite y además Jose los sigue llevando con puntillosa excelencia. La revista... Vale, ahí entono el mea culpa porque lo tengo más abandonado de lo que debiera. En eso me tengo que poner serio, vale. Y... bueno, con eso tengo para un rato, si lo unimos al seguimiento diario del Facebook, foros y demás blogs amigos, como que la cosa se me queda un poco grande. Decididamente, voy a poner un poco de orden o moriré en el intento.


A nivel personal, las cosas van bien. No puedo quejarme, vamos. Laboralmente seguimos jodidos pero contentos. Sí, estamos pocos y tenemos que hacer algún que otro malabarismo con los horarios, pero a cambio las comisiones se reparten menos y las nóminas mejoran a poco que te lo curres. Ése es mi caso. Más dinerito para gastos que no tengo porque no tengo tiempo.

Mi abuela ahora está en casa de mis padres. Hay novedades, pero no para bien. Hasta ahora su leve demencia simplemente le hacía ver que quienes estaban en casa con ella no eran su familia, sino alguien de su época de juventud. Aún así se seguía acordando de que tenía hijas, nietos y demás. Yo era su nietito que tanto se parece a su marido (rubiete, ojos claros, nariz... hasta casi todo el carácter!)... Hasta ahora. El otro día fui a comer as usual y empezó a contarme su última aventura, bastante triste, acerca de que cree que alguien le ha dado una paliza y lo ha pasado muy mal. Sin embargo, el punto de inflexión surgió cuando consideró que mi madre no era mi madre, porque yo era quien era, pero el hijo de Marcela, la de abajo. Por lo visto la Marcela fue una vecina suya de Arnedo que nunca tuvo hijos varones, pero que ahora es mi madre y la de mi hermano. Porque nos reconoce por los nombres y como hermanos, pero como hijos de la Marcela.

Tarde o temprano empezaría a ocurrir, pero aún así me tocó un poquito el corazón. No necesito que mi abuela sepa quién soy concretamente para saber que me quiere y me ha querido con locura y que yo también la quiero, pero... Es esa parte de mí que ha desaparecido de sus recuerdos (o que ha quedado aparcado) la que ahora echo en falta. Iba a ocurrir, pero hasta ahora yo era su nietito querido (bueno, lo somos todos cuando estamos con ella, claro). Ahora soy querido, pero el hijo de la Marcela.

Y yo me pregunto... ¿Mi supuesta madre no podría haber tenido un nombre un poco menos culebronero?