13 marzo, 2018

Ave fénix


Todo tiene un principio y el de esta historia es reciente, pero parece que ocurrió hace mucho tiempo. Aún así, como en todo relato, es necesario contarlo para saber en qué punto de la narración nos encontramos y tratar de intuir el (tal vez fatal) desenlace.

Los fénix son esas aves fantásticas que se nombran en narraciones y mitologías, pero que según parece aún los tenemos entre nosotros y podemos tener la suerte de conocerlos. Porque debo confesar que es lo que me ocurrió a mí, aunque no sabía que me encontraba con un ser tan fantástico pero al mismo tiempo tan atrayente para mi mente pseudocientífica.


Cuando nos conocimos, creo que yo también le resulté interesante. Revoloteó a mi alrededor, con sus cálidas alas rozando mi rostro y mi cuerpo. Me envolvió con ellas levemente y la sensación fue tan pura y tan embriagadora, que no pude evitar desear que lo hiciera de nuevo. Tuvo cuidado de no acercarse demasiado a mí, para que no me quemara. Yo era un grato entretenimiento, pero ni de lejos era la pareja que un ser de leyendas pretende encontrar.

Nos hicimos buenos amigos. Solía revolotear a mi alrededor de vez en cuando y yo ofrecía mis manos enguantadas para que pudiera posarse y descansar sin temor a sufir daño alguno. Recuerdo que fue una época feliz, donde nuestras risas y nuestros juegos llenaban un vacío que ni siquiera era consciente de que existía en mi interior. Y debería haberlo sabido, era una historia que se repetía. Pero cerré los ojos y me dejé llevar por las novedades que el fénix me mostraba, sus vivencias, sus esquivas a mis intentos de atraparlo, el roce de sus garras en mis guantes de cuero, la magnificencia que a mis ojos ofrecía su plumaje.


Su atención, sin embargo, dejó de centrarse en mí poco a poco. Imagino que para un ser inmortal, un humano que empieza a entrar en los años de decadencia y que posee ya ciertos anclajes al suelo no eran sino obstáculos para sus ansias de levantar el vuelo y descubrir nuevos horizontes. Cuando fui consciente de sus deseos no hice sino alentarle a que siguiera su naturaleza, pese a saber que su marcha no me dejaría más que dolor, nostalgia y recuerdos. Pero cuando un amigo se considera tal, debe hacer lo que sea necesario para ayudar a su igual. Y le empujé con gran dolor de mi corazón a que extendiera las alas.

Sin embargo, por alguna extraña razón, mi amigo el fénix no acabó de alejarse, sino que comenzó a emitir un quejumbroso lamento y sus llamas flaquearon en algunas partes. Se consumía, me dijo. Era lo que debía ocurrir, como a otros como él anteriormente. No te preocupes, continuó, volveré de nuevo y seré como siempre he sido. Todo volverá a ser como antes, añadió, solo dame tiempo. Pero no era consciente de la angustia que me producía verle en esa situación, luchando contra su naturaleza, con unas ganas rabiosas de vivir y disfrutar. O tal vez deseaba consumirse para renacer, pese al dolor que le producía el cambio. Yo sólo veía cómo sus llamas aumentaban y sus flamígeras plumas caían al suelo dejando a la vista su piel desnuda y su corazón palpitante. Mis lágrimas de desesperación fluían sin vergüenza con cada lamento, con cada mirada de dolor, con cada fogonazo. Necesitaba hacer algo y sentirme útil, pero sabía que era un proceso en el que yo no participaba, que era un mero espectador y que no sabía cuándo tardaría en completarse.


Finalmente tomé una decisión y retiré el guante de mi mano. Mi amigo me necesitaba aunque él no lo supiera y yo estaría allí para recoger las cenizas cuando fuera necesario. Mi obstinación venció a mi razón y me acerqué con la mano extendida ofreciendo mi ayuda incondicional. El calor empezó a envolverme, pero yo recordaba nuestros gratos momentos y sabía que podría soportarlo, que me protegería de alguna manera. Apreté los dientes y avancé un poco más, despacio, como pisando en un terreno pantanoso para evitar hundirte por algún paso en falso. El dolor empezaba a ser insoportable cuando pude rozar su cabeza y acariciar las plumas que tan hermosamente la adornaban, como había hecho tiempo atrás.

El fénix entornó el cuello y me miró de medio lado, casi sin reconocerme. En ese momento el fuego me envolvió y no contuve el grito de dolor y las lágrimas que se evaporaban nada más salir de mis ojos. Me agarré el miembro ennegrecido y entre brumas rojas pude ver la verdadera causa de las llamas del ave: estaba bebiendo gasolina. Su proceso de renacimiento no podría completarse del todo ya que se estaba alimentando de un combustible que lo mantendría en ese estado de forma casi indefinida. El cambio no se produciría o tal vez yo no llegara a verlo. Y esa revelación hizo que el dolor se multiplicara por mil, por un millón. Yo me había considerado su amigo, pero no tenía la capacidad ni su permiso para evitar que siguiera alimentándose de su sufrimiento.

Di dos pasos atrás. Mi mano izquierda sujetaba el codo derecho y trataba de contener las señales de dolor y alarma. Mis gemidos de pena y pérdida salían a borbotones sin que pudiera evitarlo. Mis palabras de ánimo murieron en mi abrasada garganta. Mi amigo el fénix, mi cachorrito, seguía cantando su canción más hermosa. Pero yo no era más que un simple espectador al margen y solo debía tomar una decisión: o me quedaba con mi dolor para seguir al lado de mi adorada ave de fuego, o me daba la vuelta y me sumía en la oscuridad para lamerme las heridas.

Pero tengo miedo.


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