17 septiembre, 2010

¿Es que ya te marchas?

Viernes, 19 de septiembre de 2010

- ¿Es que ya te marchas?

Esa frase sonó a mi espalda cuando me faltaban escasos metros para alcanzar la puerta. Estaba deseando salir de aquella reunión de antiguos alumnos a la que no sabía por qué me había animado a acudir. Los antiguos alumnos eran eso: antiguos. Y quedar cada cierto tiempo para hacer una fiesta, hablar de canas, barrigas, embarazos y pañales no era mi concepto de "pasarlo bien". Al menos no cuando se marchaban las tres personas con las que mantenía contacto habitual. Y ahora quién narices tenía que preocuparse si me iba o no.

Me giré y no supe muy bien si se habían dirigido a mí, porque había varias personas que me miraban de soslayo. Finalmente de un grupo de tres, un desconocido se dirigió a mí con una sonrisa en la cara. No lo reconocí, no había sido compañero de clase, pero no me hubiera importado. Tenía el pelo muy oscuro y corto, en apretados rizos pegados a la cabeza. Sus ojos marrones me miraban con la franqueza de una copa de más. Sus mejillas sonrojadas por el calor de la sala contrastaban con su pálida piel, pero hacían juego con unos labios pequeños que se curvaban dejando ver una hilera de dientes blancos y perfectos. El nudo de la corbata estaba deshecho y el botón de la camisa desabrochado, pero aún llevaba la americana puesta, dándole un toque elegantemente informal.

corbata1

- ¿Es que ya te marchas? - repitió como si yo no hubiera escuchado esa voz grave y con un ligero acento del sur.

- Sí, bueno, la verdad es que estoy un poco cansado y la fiesta no da mucho más de sí...

Yo mismo noté el ligero temblor de mi voz y me imaginé poniendo mi mejor cada de fingido conocimiento mutuo. No debió ser muy convincente, porque me pasó un brazo por encima del hombro y me dijo demasiado cerca del oído: "Yo también estoy aburrido de esta mierda de fiesta y de esta gentuza. Vamos a pillarnos un pedo por ahí."

No sé por qué me dejé llevar, aunque creo que su sonrisa me tenía hechizado. Fuimos a un bar cercano al local donde se estaba celebrando la fiesta y combinamos copas con algo de conversación insustancial. Así pude saber que pertenecía a mi promoción, pero a la otra clase, con lo que el contacto había sido mínimo. Volvimos a recordar a los viejos profesores, anécdotas y leyendas que pululaban por la facultad y rumores de gente de la que ya ni nos acordábamos. Reímos como niños con nuestras incapacidades en ciertos exámenes y nuestros aciertos con algunas chuletas.

Cambiamos de bar un par de veces y me dejaste elegir a mí el siguiente. Sabía dónde llevarte para acabar de salir de dudas y elegí un discreto bar de ambiente que había no muy lejos. No pareció sorprenderse o no lo demostró, menos aún cuando un camarero prácticamente desnudo nos sirvió las bebidas guiñándole un ojo. Brindamos a la salud de los viejos tiempos y nuestras miradas se encontraron, fijándose en el tiempo. Me cogió de la camisa y me atrajo hacia sus labios entreabiertos donde me esperaba una lengua furiosa y ansiosa. Tras el apasionado beso me susurró al oído por qué me había hecho tanto de rogar, que llevaba toda la noche intentando hablar conmigo y besarme. Mi respuesta fue mordisquearle el lóbulo que tenía más cerca y notar cómo gemía de placer.

Por suerte había reservado una habitación en un hotel del centro, ignorando las invitaciones de mis antiguos compañeros que vivían en la ciudad. Por suerte, no nos costó nada encontrar un taxi que nos llevara, donde fingimos que íbamos menos borrachos de lo que íbamos. Por suerte, acerté con la ranura de la tarjeta de mi habitación antes de que sus manos llegaran a la hebilla de mi cinturón.

Sus hábiles manos me quitaron la ropa rápidamente y me empujaron para que cayera sobre la cama. Pude admirar cómo se iba desnudando sin dejar de mirarme, sin dejar de provocarme, sin dejar de excitarme. Cuando finalmente estábamos los dos en la cama, empecé a creer que no estaba soñando y que realmente estábamos ahí. Sentí cada caricia que recorrió mi piel. Noté su lengua explorando cada centímetro de mi cuerpo. Gemí cuando decidió que su voracidad tuviera rienda suelta. No me resistí cuando me dio la vuelta y sus dedos hicieron el trabajo adecuado. Me sentí pleno cuando estuvo dentro de mí, embistiendo con furia pero siendo cuidadoso, arrancando de mí cada segundo de placer que pude recordar. Finalmente, acabamos juntos en la ducha, llenando el baño de vapor y besos más cálidos aún que el agua que nos mojaba. Dormí notando su brazo de nuevo sobre mis hombros, dejando que aspirara su aroma hasta caer rendido por el cansancio.


Cuando desperté noté el sol dándome directamente en la cara y su ausencia en la cama. Parpadeé un par de veces y lo vi de pie, vistiéndose frente al espejo y de espaldas a mí con esa americana ahora arrugada y de aspecto algo menos elegante.

- ¿Es que ya te marchas? - pregunté con una intención tan evidente como mi sonrisa.

- Sí, contestó, mi mujer y mi hija me esperan. Lo de esta noche no debería de haber pasado.

Y dando un fuerte portazo, salió de la habitación sin siquiera volverse una última vez.

2 comentarios:

Deric dijo...

de hijos de p... y cabrones está el mundo lleno! Espero que sólo sea un cuento (muy bueno, por cierto) y no te pasara a ti.

Unknown dijo...

Lo del portazo ha quedado muy feo, realmente. No había ninguna necesidad.. (Es que a mí me gustan los happy end)
Y a ver...cuándo vas a dedicarte a escribir de una vez, eh?
:)