Viernes, 10 de octubre de 2014
El joven vampiro dejó su copa
vacía en manos del estirado camarero que pasó a su lado. La noche se antojaba
larga y era mejor permanecer sereno el resto de la velada, ya que lo que
hubieran mezclado con la sangre de las bebidas tenía el regusto amargo del
alcohol. No era la primera vez que acudía a una corte con tanto Antiguo reunido
en la misma sala, pero si lo que le habían contado del Príncipe Frederick era
cierto, no era conveniente cometer ni el más pequeño desliz en su presencia so
pena de incurrir en su ira y, en casos extremos, conseguir que convocara una Caza
de Sangre. Obviamente nadie se mantenía en el poder durante tantas décadas (o siglos)
sin tener mano dura y este Príncipe la debía tener de granito. Tampoco resultaba
extraño, dado que era un Sangre Azul fiel a las Tradiciones, así que mejor ser
cortés en exceso que quedarse corto y expuesto al castigo. Lamentablemente el acompañante que
presentaría en la Corte al joven vampiro tampoco era una apuesta segura, dado
que pertenecía al Clan de los Lunáticos y nunca se sabía qué esperar de sus bromas
o esquizofrenias. O la mezcla de ambas. Sin embargo eran amigos desde hacía tiempo
y sabía que se podía confiar parcialmente en él, ya que su locura ("visión"
lo llamaban ellos) solía reducirse a comentarios cruelmente irónicos sobre
cualquier secreto que su interlocutor quisiera ocultar. Probablemente fue la
causa de que su amistad fraguase en la época en la que el Toreador disfrutó de
su posición de Arpía, ya que formaban una pareja despiadada que causó más de un
disgusto en la emergente Salamanca.
La fiesta se había convocado en
la impresionante biblioteca conocida como El Diamante Negro. Su estructura exterior
era tan impresionante que no desdecía en absoluto con su apodo: los paneles
oscuros que reflejaban cualquier fuente de luz y la multiplicaban infinitamente
en cada una de las facetas del edificio. Los invitados entraban por una puerta
lateral y el amplio interior seguía sorprendiendo al joven vampiro por su
magnífica decoración. El viejo Frederick realmente se había esmerado con los
detalles, según parecía. Y allí estaban, admirando unos cuantos cuadros de arte
danés contemporáneo mientras la política de la ciudad se dirimía entre
comentarios inocentes y juegos de salón. Tan lejos de sus dominios tenía una
influencia mínima y la mayor parte de las conversaciones (al menos las que
llegaba a entender) no tenían demasiado interés. ¿Qué importaba quién controlara
al jefe de la policía local si seguramente algún agitador Brujah ya se habría
encargado de sobornarle o manipular a los bajos fondos? ¿O qué preocupación
debería suponer el aumento de la influencia Setita en la universidad si los
Tremere disponían de recursos ilimitados y protecciones mágicas específicas?
Más grande o más pequeña, cada ciudad tenía sus propios juegos de poder y se
enredaban igual que los hilos de un tapiz a una escala muchas veces mucho mayor
de lo que se imaginaba.
Dado que su acompañante y guía
había desaparecido y no conocía a nadie más, un Toreador en tierra extrajera
sólo podía hacer una cosa: admirar arte y cotillear. Y dado que lo primero era de
una calidad bastante pobre decidió decantarse por lo segundo. Al menos las conversaciones
se desarrollaban en un inglés bastante aceptable y permitía captar las ideas más
importantes así como aportar lo que fuera necesario para no quedar fuera de
tono. Además la visita de un extranjero que "sólo estaba de viaje"
siempre atraía cierta atención y preguntas de lo más cortés acerca del avance
Sabbath en España y los supuestos rumores de la muerte del Cardenal Monçada a
manos de su chiquilla Lucita. Dado que las respuestas se ceñían al guión
habitual de la Camarilla en relación a las extrañas noches de la capital, las
sonrisas educadas se transformaron en aburridas y los grupos se fueron disgregando
para atacar carnaza más jugosa. El joven Toreador se quedó de nuevo solo con
una copa vacía y sensación de estar fuera de lugar.
Su sobrenatural sexto sentido le
advirtió de algo difuso y poco identificable, pero le puso alerta para evitar
ser sorprendido por lo que estuviera a punto de ocurrir. Por suerte no fue una
emboscada lupina ni su amigo Malkavian con alguna broma pesada. Para su
decepción, dos jóvenes se le acercaron uno por cada lado (la habitual táctica
de flanqueo de salón) con miradas muy directas y claras intenciones de
abordarlo. Obviamente se conocían y habían preparado el encuentro dado que
alternaron preguntas acerca de la procedencia del Vástágo, sus viajes
anteriores, cuánto tiempo se quedaría y demás palabrería que trataba de ocultar
otro tipo de interés. Uno de ellos tenía un aspecto completamente mediterráneo, cabello
oscuro y buen porte. Su voz era grave y sonreía con una malicia deliciosamente pícara.
El otro, más alto y espigado, tenía un origen emparentado con la India por su
color de tez, su blanca sonrisa y su marcado acento. Ambos estaban aún vivos por
lo que se podía detectar de sus latidos, sus respiraciones y sus sonrosadas
mejillas. O poseían una habilidad excepcional para ello, aunque en una reunión
de esa categoría no era ni necesario ni tan siquiera adecuado. ¿Qué hacían allí
entonces?
La respuesta no tardó en llegar
cuando ofrecieron sentarse en una de las mesas apartadas para ofrecerle un
acuerdo de lo más interesante para todos. En ese recorrido, el chico indio ya rodeaba
el brazo del vampiro con una confianza que no era mutua. Ya sentados y manteniendo
la apariencia de continuar con una charla entretenida se presentaron como dos
de los numerosos ghouls de un Ventrue de segunda de una familia menor de la
ciudad. Sabían que sus posibilidades en Copenhague para ser Abrazados eran
mínimas y lo deseaban con muchas, muchísimas ganas (esta última frase fue
acompañada por el cálido roce de un dedo del joven mediterráneo sobre la mano
del vampiro). Por tanto ofrecían su sangre y su absoluta fidelidad a cambio de
ser aceptados como miembros de la Estirpe de pleno derecho en alguna Corte
europea. El joven Toreador les miró en silencio durante un rato, valorando la
intensidad de sus miradas, la ansiedad que hacía palpitar sus corazones
frenéticamente y sus sonrisas esperanzadas. Jugaban con la baza de ser
hermosos, muy hermosos, un factor que siempre erosionaba su fuerza de voluntad,
pero creía que esa extraña pareja no había sido del todo instruidos en los
peligros y sacrificios de la no-vida. Así que soltó una risita y les puso una
mano a cada uno sobre los muslos. Sí, les ofreció, por qué no. Pero a condición
de que soportaran y sobrevivieran a una noche completa en su compañía,
empezando por su hotel. Lo que no les dijo fue que se divertiría con ellos todo
lo que pudiera, pero que no tenía intención de arriesgarse a un enfrentamiento con
ningún vampiro de la ciudad, por débiles que fueran sus lazos con el Príncipe.
Y que sospechaba que no sonreirían tanto cuando vieran morir a su primera víctima
desangrada. O sí, quién lo sabía...
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