14 julio, 2015

Estaciones de paso

Martes, 14 de julio de 2015

Mi marido, que siempre guarda sus perlas ocultas de grandísima sabiduría para iluminarme, dejó caer el otro día mientras conducía de vuelta a casa una frase tan obvia, que no se me había ocurrido nunca: “cariño, nosotros sólo somos estaciones de paso.”

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En ese momento hablábamos de un conocido que durante unos meses se ha convertido en un nuevo amigo con el que es agradable estar, con quien decides cenar de vez en cuando y su compañía empieza a ser una pequeña rutina en tu vida. Sin embargo, esta situación cambia cuando aparece el amor (en su vida, la mía la tengo ya bastante cubierta en ese sentido). Unido a que debe cambiar de ciudad por trabajo, que su familia está lejos, que tal vez se sienta un poco solo, ahora ocupa prácticamente todo su tiempo en su incipiente relación. Por lo tanto, los ratos con los amigos se han reducido a la mínima expresión. Las emociones fuertes es lo que tienen. Una frase que yo uso mucho: “antes tenía amigos y ahora tiene pareja”.

Pero es cierto que la perla de sabiduría provocó una cierta reflexión que quería compartir y por eso retomo mi polvoriento blog para ello. Ser estación de paso. Porque cuando los viajeros se detienen en una, tal vez no sean conscientes de que no van a permanecer demasiado tiempo, pero siempre el justo para disfrutarla, aprovechar la sombra de interior, cobijarse del frío y la lluvia o bien tomar un café para despejarse antes de coger el siguiente tren.

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Y los trenes, lo queramos o no, nunca dejan de pasar. Detenerse definitivamente en un viaje se hace sólo en las estaciones de destino, que generalmente se encuentran en ciudades más grandes, con más maravillas que visitar y una verdadera intención de quedarse. Al final, las estaciones de destino son quienes aparecen en las fotos de Facebook o Instagram con sus turistas risueños y sus filtros color sepia. No tienen por qué estar en ciudades verdaderamente concurridas, simplemente tienen que tener una vía donde el camino muera y los pasajeros decidan que no quieren buscar otro billete que los lleve de vuelta a saber dónde.

Pero las estaciones de paso siguen donde están, en medio de la nada, sin ningún interés más allá del de ser pequeños descansos en un viaje que se antoja largo y aburrido. Y cada pasajero que se baja deja su marca, erosiona un poco las paredes, pule los suelos con sus zapatos. La estación simplemente está ahí para recibir al siguiente, posiblemente porque no sepa hacer otra cosa y esas pequeñas visitas fugaces sirvan para romper su aburrida monotonía o dar un poco de ruido al hall vacío. Quien pasa por esas estaciones se alegra de la parada y las suele recordar, tal vez sin mucho detalle, con gran cariño y agradecimiento. Sin embargo el tren llamará para continuar el trayecto y, aunque a veces sea doloroso, hay que dejar partir a los viajeros. Al final, sólo somos estaciones de paso.

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