31 octubre, 2012

Amores de juventud, amores de madurez

Miércoles, 31 de octubre de 2012

Desde hace un tiempo, compartiendo experiencias y hombros en los que llorar, he vuelto a darme cuenta de un detalle que no tengo muy claro si es de conocimiento general o bien sólo lo he percibido yo porque soy un cínico irredento.

Prácticamente todo el mundo ha tenido uno o varios amores de adolescencia, cuando todo son un puñado de hormonas y bastantes ganas de comerse el mundo con sueños más o menos imposibles. Son esas ocasiones en las que sientes que tu corazón tiene alas cuando ves a la persona amada, cuando lloras con el alma casi literalmente partida porque te han traicionado y cuando poder tener una cena romántica en una hamburguesería es el mejor momento de toda tu vida. Son esas relaciones tan apasionadas y tan descontroladas que, por suerte, están sujetas por nuestra falta de independencia económica y por unos padres que suelen intentar enseñarnos como pueden que aún queda mucha vida por delante.

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Cuando los años van pasando factura y las cicatrices en los sentimientos nos hacen un poquito más duros, todo se ve con otra perspectiva y aunque nos seguimos enamorando con las ganas de ser el centro del mundo de quien ya es nuestro centro, de compartir algo más que un par de películas en el cine e incluso construir un futuro juntos, llevamos una protección forjada con las experiencias previas. Algunos, incluso, creemos ver de antemano el final y las segundas intenciones pese a que no solemos acertar, pero es que somos así.

 

Los casos curiosos los estoy descubriendo ahora, en lo que algunos consideran el inicio de la madurez (no en mi caso, os lo puedo asegurar). De vez en cuando conozco a alguien con una biografía en la que hay una ausencia de estos amores locos de juventud, bien porque sigue con la misma pareja con la que estrenó su virginidad sentimental o bien porque nunca ha sentido esa pasión arrebatadora que aprisiona los sentidos. Y, curiosamente, otra persona aparece en su vida que les abre las mismas puertas de la gloria y el mazazo es, siendo elegante, como una patada en donde a los chicos nos duele más. De pronto, toda esa contención de años, todas las presas de ríos de plenitud espiritual, empiezan a fluir como un torrente desbordado que arrasa con todas las ideas asentadas y muchas veces deja al descubierto algunas que incluso se desconocía que existieran. El terremoto supera la escala conocida y no suele quedar nada en pie que recuerde remotamente a nuestra vida anterior. Vida, por otra parte, que jamás volverá a ser igual por más que queramos dar un paso atrás. Además, ya no somos adolescentes.

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Sin embargo, el mayor peligro que descubro en estas situaciones es que, justamente, que ya no somos adolescentes.  Aunque sea poca, hay una cierta independencia económica que otorga libertad suficiente. Y tampoco tenemos unos progenitores frenando nuestros salvajes latidos con consejos de toda la vida y frases vacías. Podemos hacer viajes cruzando el país porque él (ella) tiene un catarro o bien hemos visto el anillo que encajaría de forma perfecta en su dedo. Nuestros amigos no nos comprenden porque sentimos un fuego tan arrebatador que nos consume las sinapsis cerebrales, por más que sus palabras sean las más sensatas que hemos podido escuchar en años. Nos sentimos en el derecho de vivir las experiencias al límite ya que no las hemos vivido antes. Nada puede detenernos porque tenemos el corazón tan hinchado, que se nos escapa del pecho.

Seguramente todos hemos conocido historias con finales más o menos felices, con parejas que aprovechaban la ocasión para desplumar al Romeo (o Julieta) ciego y generoso, con rupturas que uno de los amantes de Teruel no acaba de aceptar y se arrastra por el lodo suplicando una segunda (o tercera, o novena, o vigésima) oportunidad, con más gritos de despedida y menos abrazos sentidos… Son el día a día de nuestros “amores de madurez”, ante lo que los preocupados espectadores no podemos hacer otra cosa que aguardar pacientemente para recoger los pedazos de nuestro amigo (o amiga) y recomponerlos lo mejor posible para que pueda seguir caminando.

Chained_Heart__No_Escape_by_Onikisou

Así pues… ¿es mejor no dejar de ser nunca un adolescente o madurar con la serenidad propia de los años? ¿Mejor seguir cometiendo locuras para no dejar de sentirnos inflamados por la pasión o contenernos para no exceder nuestros límites y los que se nos imponen? O, simplemente, aceptar lo que la vida nos deja por el camino y reaccionar según nos pida el cuerpo.

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