08 mayo, 2007

Princesitas

Lunes, 7 de mayo de 2007

Hoy ha entrado un muchachito en mi tienda que era frágil como una figurita de cristal. Tenía la pose adecuada con la cadera torcida, la mirada tierna como si nunca se hubiera comido una polla, el gesto delicado de absoluta dignidad. Tampoco era el adalid de la pluma, pero tenía su gracia.

Con esa imagen en mente ha tenido más gracia aún que al comprar una tarjeta de memoria, me dijera todo dulzura... "¿Me la puedes meter tú? Es que yo no sé...". Vamos, un poco menos de compostura y me descojono allí mismo. Lo peor es que iba sin segundas, porque ciertamente no sabía cómo se introducía su flamante nueva tarjeta en el móvil. Sobran las comparaciones.



Le he dado un par de vueltas a la idea de lo comunes que son hoy en día las "princesitas". Son esos chicos que atienden a la descripción que he dado en el primer párrafo y que ya no tienen miedo a ser tan gays y tan plumeras como la ocasión lo requiera. Yendo un poco más cerca del estereotipo, los sábados por la noche tienden a emborracharse en el botellón con sus amiguísimas (casi todas grandes marilendres de la infancia) y entrar en los bares riéndose de toda la gente que le doble o triplique la edad. Eso cuando ha dejado la vergüenza en casa, pero cuando va de inocente doncella virginal, no hay quien no pueda sorprenderse de que se aíslen del mundo por temor a contagiarse de la realidad.

Cuando consigues relacionarte con una "princesita", suelen mostrarse esquivas y cerradas como una ostra de océano. Dan por hecho que sus vidas han sido muy completas y que poco más pueden hacer nuevo o que les sorprenda. Son tan tan tan hipermaduras, que se cayeron del árbol el otro día. Y no creas que tú, por sacarles al menos 10 años, vas a poder enseñarles nada del mundo. Han estado ahí fuera y han absorbido todo y de todo (se aceptan comentarios maliciosos). Yo suelo acabar dando la charla por perdida cuando me doy cuenta de que es hablar con alguien que, aunque nunca se sabe, podría ser uno de tus hermanos pequeños y desde luego un alumno en la academia de puterío que abrirás en cuanto tengas una mansión adecuada para ello. Es mejor dejarlas con su sensación de superioridad para que algún día se caigan de los tacones y besen el suelo a velocidad terminal. Entonces es cuando sería adecuado aparecer y, desde arriba, usar toda la dignidad del mundo para decirles: "Uy nena, ¿te has hecho daño?".

1 comentario:

Pablo dijo...

Espero que no me incluyas en esa categoría de princesitas... aunque por la edad quepo, no?