Miércoles, 24 de septiembre de 2008
Os lo tengo que contar, os lo tengo que contar que fue muy gracioso...
Este fin de semana, aprovechando la conjunción de que yo tuviera un sábado libre y el lunes hubiera puente por ser fiestas en Logroño, decidimos hacer una escapada a Isla, en plan relax y soledad. Fue un poco triste dejar el chocolate en la ciudad, pero seguro que sabría defenderse solo.
El caso es que habíamos reservado hace ya un mes y no habría ningún problema: una habitación abuardillada en el último piso, con vistas a la playa, cama de matrimonio, sin comidas incluidas y todo el descanso del mundo para nosotros. Y allí que nos fuimos el sábado sin una pizca de prisa.
Llegamos, maleta en mano (según Javi yo parecía Audrey Hepburn, pero no se lo cree ni él) hasta la recepción donde una sonriente mujer de unos 50 años y el pelo decolorado en la peluquería nos preguntó si teníamos reserva. Sí, a mi nombre. Mira en la pantalla del ordenador y tuerce el gesto. "Vaya, qué fastidio. Se han equivocado y os han puesto cama de matrimonio." Un segundo después aparece una compañera suya detrás y pregunta qué ocurre. "Nada, que les han puesto cama de matrimonio. Pero no es preocupéis, que ahora mismo lo solucionamos." Yo pongo cada de póker con sonrisa de quitar hierro al asunto y digo (según Javi muy borde, según yo intentando ser conciliador): "No, si es que habíamos pedido cama de matrimonio." Nos miran y en una milésima de segundo cambian el rostro y vuelven a ser amables y pizpiretas. "Ah, pues estupendo, estupendo. Perfecto entonces. Además la habitación es preciosa, con vistas al mar. Sí, sí, ahora os damos la tarjeta."

No, el chulazo rubio no nos esperaba en la cama (ya podría haber sido una deferencia del hotel), pero me sentí un poco más militante y contento. ¡Para una vez que no nos dan dos camas juntas!
¿Veis lo fácil que es contentarme?
Este fin de semana, aprovechando la conjunción de que yo tuviera un sábado libre y el lunes hubiera puente por ser fiestas en Logroño, decidimos hacer una escapada a Isla, en plan relax y soledad. Fue un poco triste dejar el chocolate en la ciudad, pero seguro que sabría defenderse solo.
El caso es que habíamos reservado hace ya un mes y no habría ningún problema: una habitación abuardillada en el último piso, con vistas a la playa, cama de matrimonio, sin comidas incluidas y todo el descanso del mundo para nosotros. Y allí que nos fuimos el sábado sin una pizca de prisa.
Llegamos, maleta en mano (según Javi yo parecía Audrey Hepburn, pero no se lo cree ni él) hasta la recepción donde una sonriente mujer de unos 50 años y el pelo decolorado en la peluquería nos preguntó si teníamos reserva. Sí, a mi nombre. Mira en la pantalla del ordenador y tuerce el gesto. "Vaya, qué fastidio. Se han equivocado y os han puesto cama de matrimonio." Un segundo después aparece una compañera suya detrás y pregunta qué ocurre. "Nada, que les han puesto cama de matrimonio. Pero no es preocupéis, que ahora mismo lo solucionamos." Yo pongo cada de póker con sonrisa de quitar hierro al asunto y digo (según Javi muy borde, según yo intentando ser conciliador): "No, si es que habíamos pedido cama de matrimonio." Nos miran y en una milésima de segundo cambian el rostro y vuelven a ser amables y pizpiretas. "Ah, pues estupendo, estupendo. Perfecto entonces. Además la habitación es preciosa, con vistas al mar. Sí, sí, ahora os damos la tarjeta."

No, el chulazo rubio no nos esperaba en la cama (ya podría haber sido una deferencia del hotel), pero me sentí un poco más militante y contento. ¡Para una vez que no nos dan dos camas juntas!
¿Veis lo fácil que es contentarme?