04 marzo, 2008

Un cuento corto e improvisado

Lunes, 3 de marzo de 2008

EL PEZ Y EL DELFÍN

Había una vez un pequeño pez payaso que vivía en un arrecife de coral de aguas transparentes y limpias. Llevaba una vida perfecta y relajada para ser un pez, dado que cada mañana se levantaba para observar los destellos del sol que atravesaban el agua con sus reflejos deslumbrantes. Después paseaba con sus amigos, iban a visitar las comunidades de estrellas de mar y recogían algo para llevarse a la boca. Incluso había días que encontraban algún alga especialmente sabrosa y se daban un festín bajo las anémonas cercanas a la costa.

Cierto día el pez salió solo a pasear fuera de los lindes del arrecife y no se dio cuenta de que se alejaba más de la cuenta de lo que era recomendable. Vio paisajes nuevos y conoció a peces que no había visto en su vida. En concreto se dio cuenta de que había un delfín que no dejaba de mirarle. El mamífero se acercó y nadó a su alrededor un buen rato, de tal forma que la breve memoria del pez no pudo evitar retenerlo. Parecía divertido nadar juntos y durante un rato se dedicaron a esquivarse y reencontrarse detrás de las rocas, como un infantil juego del escondite en el que lo menos importante era quién ganara. Antes de despedirse el delfín lanzó un chorro de burbujas a los ojos del pez payaso, que le provocaron una extraña ceguera: veía todo de un extraño color brillante, especial, todo era nuevo. Incluso su escasa memoria parecía capaz de retener los recuerdos durante más tiempo.

Durante un tiempo matuvieron un contacto que les permitió conocerse un poco más. Lo justo para volver a sentir la necesidad de nadar juntos de nuevo. El pez habló de sus paseos por el arrecife y su amiga la estrella de mar, los destellos del sol y el ritmo de las mareas. El delfín enviaba paquetes de algas envolviendo perlas de los Mares de Sur y piedras volcánicas de iridiscentes colores, compartía sus sueños por ver todo aquello que el pez le describía y ansiaba acortar la distancia que les separaba. Todo resultaba tan idílico que no se dieron cuenta de que el tiempo pasaba y sus ansias por verse de nuevo crecían sin cesar.

Finalmente acordaron verse de nuevo en aquella zona rocosa donde se habían encontrado la primera vez. Volvieron a nadar juntos olvidándose de las precauciones habituales. Agitaron sus colas hasta formar espuma. Se acercaron hasta que sus aletas se movían a un mismo ritmo. Se miraron a los ojos a pesar de que el pez seguía siendo presa de la ceguera que el chorro de burbujas le había provocado. Y en los ojos del otro descubrieron...


El delfín se sintió impulsado hacia la superficie por una fuerza increíble. Una red le rodeó el cuerpo y por más que forcejeaba no conseguía zafarse de sus captores. El pez payaso iba y venía intentando ayudar a su amigo, pero no tenía dientes lo suficientemente fuertes como para romper las cuerdas y los nudos. El delfín sollozaba en silencio porque le habían encontrado de nuevo. Había escapado de un parque acuático y venían a buscarle para devolverlo a donde pertenecía. Era inútil resistirse y así se lo hizo ver al pez, a quien le pidió que volviese a su arrecife y siguiera siendo feliz como había sido hasta entonces. El barco que arrastraba la red comenzó a alejarse y así los dos animales, que se dijeron adiós con gran pena en sus corazones. El delfín nunca supo qué fue de su olvidadizo amigo.

El pez, por su parte, comenzó el largo camino a casa. Poco a poco el efecto del chorro de burbujas fue desvaneciéndose y los recuerdos se evaporaban como si hubieran ocurrido hace mucho, mucho tiempo. Cuando alcanzó el arrecife y fue a ver a su amiga la estrella de mar, el pequeño animal se sobresaltó al no saber exactamente qué tenía que contarle. Lo tenía justo ahí, en algún lado de su cabeza, pero no acababa de enfocarlo. En fin, se dijo, vayamos a dar una vuelta para encontrar un fucus apetecible, que me ruge la tripa. Cuando se alejaban, empezó a tararear una melodía que no recordaba dónde había oído: "sigue nadando, sigue nadando...". ¿Se puede saber qué estás cantando? Le preguntó su amiga la estrella de mar. Y así se alejaron a favor de la corriente.

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