16 diciembre, 2006

El borracho del barrio

Viernes, 15 de diciembre de 2006

Yo creo que ya van tres veces esta semana. Y las que te rondaré, rubito. El hombre me ha cogido cariño y en cuanto tiene una duda se presenta con sus gafas de sol y su móvil en la mano. El primer día pensaba que era un hombre "corto de entendederas", pero mis compañeras y mi sentido del olfato me confirmaron que se trataba de alguien que conocía al detalle algunos de los bares de su barrio. Y en una emboscada sin precedentes, me dejaron solo ante el peligro y mi atención y cuidado me han ganado su admiración y atenciones. Y cada pocos días aparece para que le vuelva a explicar por enésima vez cómo meter números en la agenda o cómo borrar un mensaje de texto de la memoria. Una y otra vez.

Inicialmente el hombre me daba algo de pena, alcohólico, en absoluto avispado, con una vida que no será nada satisfactoria... Le atendía deshaciéndome en explicaciones y paciencia para risa y mofa de mis compañeras. La siguiente vez le volvía a aleccionar como se enseña a un niño pequeño, haciéndole repetir lo mismo por si había suerte y se le fijaba en la memoria. Pero según ha ido pasando el tiempo, mi agrio carácter ha hecho su aparición y ya he comenzado a cortarle de raíz cuando me va a repetir una vez más que él no es tonto, sólo un poco torpe. Cada vez que entra por la puerta, en mi interior me dan ganas de gritarle: "no, otra vez no, vete a tu casa tío". Pero cuando se marcha y se me enfría el cabreo, me planteo que tal vez haya sido demasiado duro con él.

En el fondo, muchas personas "especiales" no acaban de regir por sí mismas la mayoría de sus actos. Por lo cual, sus malas acciones no dependen de una mala conciencia ni una mala intención. Para ellos el mundo funciona de diferente manera a la que lo vemos moverse nosotros y hace que sus actos nos resulten extraños cuando menos. Por eso mismo cuando me siento ofendido por lo que hace o empiezo a notar que se me sube la sangre a las venas del cuello, hay veces en las que me planteo cómo me encontraría yo en su situación, sin entender la causa de que quien tengo frente a mí se enfade sin razón aparente o al menos una que yo pueda entender. Eso y más cosas veo en el rostro de estupor del tipo con olor a mucho alcohol en sangre, sobre todo cuando le digo de nuevo que ya se lo he explicado tres veces y que no voy a volver a hacerlo, que tiene que aprenderlo por sí mismo. Y volvemos a su frase tan manida de que es un torpe y que necesita que se lo explique de nuevo.


No considero que sea una persona sin corazón y que no tenga cierta piedad por la gente menos favorecida por la vida, pero tampoco quiero permitirme el lujo de tener un "alumno" fijo todos los días a primera hora de la mañana. Y menos aún para repetir lo mismo una y otra vez. Sonará grosero, inadecuado y algo soberbio, pero tengo cosas mejores que hacer por la mierda de sueldo que me pagan.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Yo le habría mandado a la mierda hace bastante tiempo. Pero claro, yo soy un sociópata y he elegido un trabajo en el que no tengo que estar de cara al público (de hecho he elegido un trabajo en el que no tengo que tratar con gente en absoluto). Eres tú el de las habilidades sociales. Espero que te sea leve...

PD. Si tu vida fuera un episodio de "mujeres desencadenadas" o una comedieta de la Jennifer López te recomendaría que urdieras un complicado plan para que, siendo súper amable con el plasta, él acabara harto de tí y escapara despavorido. ¿Has pensado en mandarle mensajitos de amor al móvil? Ah, no, que no sabe leerlos.

Anónimo dijo...

Al final se ha ido, estarás contento. Anda, que ya te vale.

Robin Shilvadin dijo...

Pues sí, la verdad es que la última vez que vino se fue y aún no ha vuelto. Contento no, pero desde luego más tranquilo sí.

Porque nos referimos al borracho del barrio, no?

Anónimo dijo...

¿De qué dudas?