02 diciembre, 2006

Una de recuerdos

Viernes, 1 de diciembre de 2006

Esta mañana, cuando me he levantado algo cansado y bostezante me he asomado a la ventana para ver qué tiempo hacía y el espectáculo que he visto me ha hecho sonreir pese al sueño que tenía.



Una niebla blanca y espesa cubría el horizonte y el frío húmedo se notaba incluso en el interior de casa. Mis fosas nasales se llenaban de aromas típicamente invernales (calefacción, humedad) y me abracé a mí mismo cerrando los ojos porque mi memoria se llenaba de imágenes. Recordé cuando era niño y vivía en la otra punta de Logroño, también en las afueras. El recuerdo, tal vez algo alterado, incluía el mismo día cubierto de niebla y frío y algo me decía que eran fechas cercanas a la Navidad. Como cada mañana mi madre acudía de buen humor a despertarme y yo me levantaba casi de un salto para ver la niebla que llegaba a ocultar el otro lado de la calle y empezar a vestirme. Estaba contento y nervioso, tenía ganas de ir al colegio porque se mascaba el ambiente navideño. Posiblemente sería el último día antes de las vacaciones. Recordé embutirme en el grueso abrigo para salir a la calle con la mochila a la espalda, moviendo los brazos en su mínima expresión por todas las capas de ropa que llevaba, con la bufanda tapando casi toda mi cara y el vaho formándose a escasos milímetros de mis ojos. En el colegio hacía calor y todos teníamos los rostros sonrojados y sonrientes. Ya sudábamos al llegar a clase, aquellas clases iluminadas con tubos de neón en las que entrábamos unos cuarenta alumnos, haciendo comentarios y hablando sin parar de nuestras cosas antes de la llegada del profesor.

Corté ahí el recuerdo, tenía que prepararme para ir a trabajar. Pero me pareció curioso que la combinación de una imagen y algunos olores despertaran recuerdos tan lejanos y difusos. Es algo bastante habitual en mí, considero que tengo una buena memoria olfativa pero muchas veces no consigo concretar a qué me recuerda un aroma o una fragancia. Pero sí suelo recordar las sensaciones que arrastran y esta mañana he salido a la calle con una melancólica sonrisa, pero una sonrisa al fin y al cabo.

1 comentario:

Anónimo dijo...

La memoria olfativa es una de las más poderosas que tenemos. En mi caso, el olor de estas fechas es el de la cáscara de las mandarinas. Cuando vivía mi abuela íbamos siempre en estas fechas a visitarla. Después de la comida ella sacaba una bandeja con turrones y mandarinas, nadie sabe muy bien por qué motivo, y el olor dulce y ácido que sale al abrirlas siempre me recuerda a ella y la Navidad. Y me pone de buen humor.