29 noviembre, 2006

Ya están aquíííííí...

Martes, 28 de noviembre de 2006


Van a llegar las Navidades. De eso no cabe duda y menos aún dentro de unos días cuando las ciudades del mundo empiecen a darle al interruptor de encendido para el disparo de salida a la carrera del consumismo exacervado. Consumismo en el que yo participo, para qué negarlo, pero tal vez este año no me sea posible. En el trabajo estamos notando la cercanía de las navidades porque los horarios van a empezar a cambiar. Y para mal, claro.

Es terrible estar cansado y agobiado antes de que los problemas lleguen. Y es algo general. Mis compañeras también están previendo el mes y medio que nos espera con jornadas largas y la tienda llena. Esta mañana me he levantado con ganas de quedarme en la cama y no moverme hasta que se fuera la fría niebla que se arremolinaba en las calles. No como todos los días, no sólo era sueño, era desgana. Desgana porque comienza un sufrido calvario de vida que se resumirá en dormir y trabajar.

La Navidad es una época del año que me gusta. Me gustan los escaparates llenos de luces y de adornos, las tiendas desplegando todos sus productos para atraer nuestra atención. La gente por las calles con las manos llenas de bolsas y los niños pidiendo los juguetes de turno a voces. Y me encanta pensar en los regalos que me gustaría comprarle a la gente que quiero. Aunque ahí suele acabarse la magia porque evidentemente no puedo permitirme la mayoría. Pero soñar es gratis, no? Y se puede soñar con los inacabables anuncios de colonias, los turrones, las películas infantiles y los especiales televisivos. Pero por otra parte son días de reunión familiar y en la mía siempre ha sido motivo de alegría y alborozo. Los pequeños de la casa correteando y dando la vara, los mayores con los mismos chistes e historias de todos los años, las mujeres en un lado, los hombres en otro (tontería absoluta porque cocina/ayuda/recoge todo el mundo)... En estas celebraciones siempre me encantan y aunque con el tiempo son menos habituales por lo que supone de gasto y trabajo en la casa que celebra, las disfruto cada año un poco más. Mi familia materna está unida, con sus rencillas típicamente familiares y también las familiaridades típicas de vernos bastante a menudo.

Este año mi abuelo no se sentará a la mesa con nosotros. No sé lo que nos supondrá a nivel anímico, pero conociendo a mi familia, no creo que nos pongamos muy lacrimógenos. La tristeza se lleva por dentro, pero expresarla en común delante de los pequeños y de mi abuela (que bastante tiene con lo suyo) no sirve de mucho. Sería más bien contraproducente. Pero seguro que todos nos acordamos y le echamos de menos en las fotos. Y cómo chinchaba a su nieta pequeña para hacerla rabiar. Y qué fuerza seguía teniendo en las manos cuando me agarraba para hacer como que peleaba conmigo. Seguro que donde quiera que esté sigue atento nuestros pasos y vela por nosotros.

Buf, van a llegar las navidades. El asunto es cómo terminaré yo tras ellas.

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