27 diciembre, 2006

Camino al final del año.

Martes, 26 de diciembre de 2006

Esta mañana, pensando en el blog y las erráticas actualizaciones que tengo desde hace un tiempo, me he dado cuenta de que hace mucho que no me enfrasco en una reflexión seria y convincente acerca de algún tema banal que no me lleve a ninguna parte, pero que me permita desentrañar los misterios de la vida misma. He tenido un par de momentos luminosos mientras paseaba y hacía algunas de mis compras navideñas, pero, como siempre, mi mente cambia de conversación consigo misma a la velocidad del rayo. ¿Será que me estoy haciendo mayor o es que estoy tan atento a todos los detalles de la vida que no puedo centrarme en uno solo?


En fin, sé que es un tema muy manido, pero me ha vuelto a la cabeza con una sola imagen. Una pena que me haya dado tanta vergüenza sacar una foto aunque fuera con el móvil. Pues al pasear por uno de los centros comerciales de Logroño, al pasar delante del escaparate de Bershka he tenido que volver sobre mis pasos para asegurarme de que lo que veía no era una ilusión de mis sentidos. A punto he estado de entrar a preguntar qué talla tenía el esquelético maniquí para poder cerrar la boca que se me había desencajado. Me he quedado mirándolo un rato y dándome cuenta de súbito de lo jodido que tiene que ser querer entrar en un traje de tan minúsculo tallaje cuando se tiene un cuerpo, no digo ya con unos kilos de más, sino simplemente normal. Era un traje muy, muy, pero que muy ceñido dejando bien claro que si tienes unas tetas puestas en su sitio y que sobresalgan algo del pecho, te puedes dar por jodida, nena. Y si tus caderas no tienen un contorno inferior a los 40 cm vas a parecer un saco de patatas con lentejuelas y un bolso a juego. Pero nooooooooooo, qué va, que no estamos promoviendo la anorexia entre las jóvenes de hoy en día. Es porque yo me había colocado la lentilla mal esta mañana y lo veía todo distorsionado.

¿A quién pretenden engañar? Es bien sabido y comentado, que el culto al cuerpo es ya una religión en sí misma, pero en este caso no te prometen salvación en la siguiente vida, sino adoración en la presente. Para ello, como en toda religión, se te exigen innumerables sacrificios para contornear tu aspecto exterior hasta adaptarlo a los cánones de belleza reinantes marcados por las revistas y los estilistas de moda. Y aunque es evidente que la belleza siempre es apreciada y agradecida, no hay por qué hipotecar tu propia vida en aras de una figura perfecta... Al menos para algunos. Supongo que uno que ya es perro viejo y se ha relacionado con los cuerpos más perfectos (bueno, tal vez exagero un poquito, pero algún modelo ya hay en mi haber) y los más imperfectos (empezando por el mío propio) y conoce de primera mano los esfuerzos necesarios por sufrir una dieta adelgazante, una prenda que no te cabe y una exigencia exterior para que te quites "esos molestos michelines". Y hoy en día, aunque sé apreciar y no rechazo un cuerpazo de los que abundan en los gimnasios de grandes cristaleras, soy de los que creen que mejor una buena barriguita con cara sonriente que una musculoca más preocupada de las horas que pasa en su gimnasio que de tener algo de masa gris dentro del cráneo. Insisto, no voy a ir de adalid de nada ni nadie, pero sinceramente, los cuerpos musculados me parecen demasiado artificiales como para ponerme cachondo en dos milésimas de segundo. Al fin y al cabo, cualquiera con algo de voluntad y dinero suficiente para pagar una cuota mensual puede conseguir con el tiempo adecuado los mismos músculos que alguno de los chulazos que adornan las carrozas del Orgullo Gay.

Sé también que es una batalla inútil y que poco se puede hacer desde tan abajo, pero mi pequeño granito de arena es éste: a todas mis amigas y conocidas con cierta confianza, cuando se ponen guapas de verdad, con sus michelines o su tripita o lo que tengan, les hago ver que van estupendas. "Te sienta bien ese jersey" o "me gusta cómo te queda ese peinado" no son una muestra de hipocresía. Al contrario, realmente están guapas si se arreglan con lo que tienen y le sacan partido. No ajustarse al tipo de chicas que aparecen en las pasarelas tampoco es un crimen. Y si no, que me lo digan a mí.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Una buena reflexión, sobre todo en estas fechas en las que entre los anuncios de colonias con modelos estupendos de ambos sexos, la obsesión por las calorías del turrón (dejemos en paz al pobre turrón, coño, que para una vez al año que lo comemos) y los sufrimientos para elegir el modelito de fin de año (yo este año igual ni salgo) parece que es un pecado mortal tener tripa. ¡Con lo ricas que son las tripitas bien puestas!

Siempre pensé que al moverme en los círculos profesionales y sociales en los que me muevo, en los que glamour quiere decir evitar ponerse calcetines blancos, el tema de los desórdenes de alimentación y de imagen personal me pillaba bien lejos. Me equivocaba. Tengo un compañero de trabajo, hetero, educado, inteligente, guapete y completamente obsesionado por su gordura (el chaval está esquelético pero se ve gordo), hasta límites absurdos. Su obsesión está perjudicando seriamente sus relaciones sociales (ya nunca sale con los amigos por no picar en los bares, y porque siempre le coincide con las varias horas de correr en cinta en el gimnasio que hace al día). Lo cual demuestra que vivimos en una sociedad que nos hace enfermar.

Ojito pues. ¡Y haces de puta madre echando piropos merecidos a tus amigas!

pon dijo...

Tambien está el caso contrario. Yo tengo dos hijas y una es muy delgada, pero es natural en ella, está perfectamente sana. Pero siempre se encuentra con alguien que la llama anoréxica. Y tallas que no encuentra, todo le está grande....la ropa que le vale no es de su edad. Complicadísimo.
Y es que la manía esta que se tiene de clasificar es dramática muchas veces.