Lunes, 28 de mayo de 2007
El vampiro sostenía juguetonamente una copa de champán entre los dedos. De vez en cuando fingía que daba algún sorbo, pero el exquisito líquido acababa poco a poco empapando la tierra de una maceta cercana. Era ciertamente un engorro muy desagradable tener que recordar funciones tan innecesarias como respirar o mantener la temperatura y el color en las mejillas, pero relacionarse con mortales tenía sus inconvenientes. A cambio, se recibía toda su pasión desbordante, su miríada de sensaciones superpuestas y, ante todo, se abría la posibilidad de poder elegir con tranquilidad a la presa que serviría de alimento posteriormente.
La fiesta era un verdadero aburrimiento. Algunas de las lumbreras de la ciudad se habían dejado caer por allí por el mero hecho de hacerle la pelota al primogénito Toreador, pero ciertamente había sido un gran desastre desde el momento en el que el Príncipe de la ciudad se negó a hacer acto de presencia. Nuestro vampiro sonrió para sus adentros recordando los tiempos en los que era él mismo quien organizaba ese tipo de fiestas y siempre conseguía susurros de verdadera admiración por parte de las Arpías que le acechaban, siempre con un as en la manga para deslumbrar a la audiencia. Eran tiempos pasados, ahora era más divertido asistir como invitado a actos en ciudades vecinas para poder relajarse observando todas y cada una de las carencias del gusto y elegancia en, por ejemplo, la elección de los vestidos de noche de algunas de las asistentes... Las lentejuelas rojas estaban pasadas de moda desde hacía AÑOS. ¡Por favor, que alguien le diese una estaca para no tener que seguir sufriendo!
Al fondo de la sala, dos hombres maduros cuchicheaban hablándose al oído mientras se llevaban a la boca algún canapé de caviar que el camarero acababa de dejar en la mesa de la comida. No podían apartar su mirada del atractivo vampiro que, una vez vaciada del todo la copa de champán en la tierra de la borracha maceta, se dirigía hacia ellos sin contenerse a la hora de demostrar pura y salvaje sensualidad. Dos por el precio de uno, toda una ganga que no dejaría pasar. No parecían gente demasiado importante al no tener una corte de rubias oxigenadas colgadas de su brazo ni pelotas engominados de sus pantalones. Tanto mejor. Eran un médico y un profesor que conocían al anfitrión por sus numerosas fiestas benéficas y habían asistido porque... Su cháchara era titubeante, sin saber a qué se debía que les resultara tan sencillo sincerarse con un extraño del que no conocían ni el nombre, pero la conversación fue fluyendo entre copas y sonrisas soslayadas que evidenciaban mucho más de lo que lo hacían las palabras. No fue complicado salir a tomar el aire al jardín y pasear tranquilamente entre los setos que conformaban el intento de laberinto victoriano que tanto gustaba a los nuevos ricos. Parecía que un jardín sin laberinto no era suficientemente chic para su barrio decadente.

Cuando el ruido de la fiesta se había apagado y los dos hombres dormían sobre el césped, algo más pálidos y, desde luego, algo más felices, el vampiro procedió a retirarse antes de que el alba hiciera acto de presencia. Había sido una noche larga, pero aquellos dos inocentes le habían concedido un entretenimiento bastante grato. Desde luego no entrarían entre sus presas habituales, lo había decidido cuando descubrió el exceso de crema hidratante en la cara del profesor y la ausencia total de conversación inteligente en el médico. Pero al menos le habían animado lo suficiente como para concederles el placer de disfrutar como cuando estaba vivo y su cuerpo respondía a los estímulos que ambos le proporcionaron. Salía ya del laberinto cuando un leve rugido le alertó de que le estaban observando. Sobre una de las paredes del laberinto, una especie de mezcla de hombre y animal le miraba con los ojos de un rojo destellante. La sensación amenazadora se combinaba con un aura de espectación, de paciencia, tal vez con cierta curiosidad. El vampiro miró con la cabeza ladeada a su extraño espía y le concedió una encantadora pero perversa sonrisa. Sé quién eres, se dijo, sé a qué has venido, pero me voy a proteger contra ti, porque si yo no te doy permiso, no podrás acercarte. Y dándole la espalda a la espantosa quimera, salió en busca de su abrigo para retirarse a descansar. Al menos, al final la fiesta se había animado un poco, pero quitaría a ese estúpido Primogénito de su lista VIP inmediatamente. Qué falta de seguridad, bendito Caín...
La fiesta era un verdadero aburrimiento. Algunas de las lumbreras de la ciudad se habían dejado caer por allí por el mero hecho de hacerle la pelota al primogénito Toreador, pero ciertamente había sido un gran desastre desde el momento en el que el Príncipe de la ciudad se negó a hacer acto de presencia. Nuestro vampiro sonrió para sus adentros recordando los tiempos en los que era él mismo quien organizaba ese tipo de fiestas y siempre conseguía susurros de verdadera admiración por parte de las Arpías que le acechaban, siempre con un as en la manga para deslumbrar a la audiencia. Eran tiempos pasados, ahora era más divertido asistir como invitado a actos en ciudades vecinas para poder relajarse observando todas y cada una de las carencias del gusto y elegancia en, por ejemplo, la elección de los vestidos de noche de algunas de las asistentes... Las lentejuelas rojas estaban pasadas de moda desde hacía AÑOS. ¡Por favor, que alguien le diese una estaca para no tener que seguir sufriendo!
Al fondo de la sala, dos hombres maduros cuchicheaban hablándose al oído mientras se llevaban a la boca algún canapé de caviar que el camarero acababa de dejar en la mesa de la comida. No podían apartar su mirada del atractivo vampiro que, una vez vaciada del todo la copa de champán en la tierra de la borracha maceta, se dirigía hacia ellos sin contenerse a la hora de demostrar pura y salvaje sensualidad. Dos por el precio de uno, toda una ganga que no dejaría pasar. No parecían gente demasiado importante al no tener una corte de rubias oxigenadas colgadas de su brazo ni pelotas engominados de sus pantalones. Tanto mejor. Eran un médico y un profesor que conocían al anfitrión por sus numerosas fiestas benéficas y habían asistido porque... Su cháchara era titubeante, sin saber a qué se debía que les resultara tan sencillo sincerarse con un extraño del que no conocían ni el nombre, pero la conversación fue fluyendo entre copas y sonrisas soslayadas que evidenciaban mucho más de lo que lo hacían las palabras. No fue complicado salir a tomar el aire al jardín y pasear tranquilamente entre los setos que conformaban el intento de laberinto victoriano que tanto gustaba a los nuevos ricos. Parecía que un jardín sin laberinto no era suficientemente chic para su barrio decadente.

Cuando el ruido de la fiesta se había apagado y los dos hombres dormían sobre el césped, algo más pálidos y, desde luego, algo más felices, el vampiro procedió a retirarse antes de que el alba hiciera acto de presencia. Había sido una noche larga, pero aquellos dos inocentes le habían concedido un entretenimiento bastante grato. Desde luego no entrarían entre sus presas habituales, lo había decidido cuando descubrió el exceso de crema hidratante en la cara del profesor y la ausencia total de conversación inteligente en el médico. Pero al menos le habían animado lo suficiente como para concederles el placer de disfrutar como cuando estaba vivo y su cuerpo respondía a los estímulos que ambos le proporcionaron. Salía ya del laberinto cuando un leve rugido le alertó de que le estaban observando. Sobre una de las paredes del laberinto, una especie de mezcla de hombre y animal le miraba con los ojos de un rojo destellante. La sensación amenazadora se combinaba con un aura de espectación, de paciencia, tal vez con cierta curiosidad. El vampiro miró con la cabeza ladeada a su extraño espía y le concedió una encantadora pero perversa sonrisa. Sé quién eres, se dijo, sé a qué has venido, pero me voy a proteger contra ti, porque si yo no te doy permiso, no podrás acercarte. Y dándole la espalda a la espantosa quimera, salió en busca de su abrigo para retirarse a descansar. Al menos, al final la fiesta se había animado un poco, pero quitaría a ese estúpido Primogénito de su lista VIP inmediatamente. Qué falta de seguridad, bendito Caín...