20 agosto, 2006

Cogiendo las riendas

Sábado, 19 de agosto de 2006

Por fin. Amanece. Y no me refiero meteorológicamente, sino a un amanecer personal, a nivel sentimental y afectivo. Ha sido una semana dura y creo que puedo decir que vuelvo a ser yo mismo de nuevo. Salgo de la oscura noche de los sentimientos encontrados para aparecer en el amanecer de un día despreocupado y sonriente. El sol brilla de nuevo, los pajaritos cantan... Una imagen un tanto ñoña, pero que espero contraste con la turbidez de los días anteriores. Sabía que llegaría el día, pero siempre crees que será lejano hasta que lo tropiezas una mañana cualquiera.

La razón de todo está en que de nuevo decidí coger las riendas de mi propia vida. Mis caballos desbocados (uno se llama Pasión, el otro Razón) se habían salido del camino, llevándose algunos sentimientos por delante. He causado heridas, algunas posiblemente no cicatricen nunca, pero espero poder compensar el daño causado. Ha habido momentos de pánico, pero espero calmar los ánimos lo suficiente como para volver al camino. He atascado las ruedas, pero las cambié por otras nuevas para poder seguir adelante. Todo en un momento de lucidez desesperada, cuando dicen que la mente trabaja más rápido. Por suerte parece que cumplo ese supuesto.



Cuando digo que las aguas vuelven a su cauce, quiero decir que Javi y yo hemos superado la mini-crisis de la mudanza, que parecía insalvable al principio. Los problemas anexos que ha habido estos días se han saldado favorablemente para la relación, pese a que he tenido que comprometerme con él y conmigo mismo en ciertos asuntos más serios. Los sentimientos no son algo sencillo de llevar y cuando influyen a más gente, peor aún. Pero tenía las riendas cogidas y esta vez no se me iban a escapar. Posiblemente haya perdido algo de la frescura inicial y Pasión se haya serenado de más, dejando que Razón guíe el paso, pero es mejor esta fría y calculada felicidad que las taquicardias repentinas y las noches de molesto insomnio. Sigo teniendo sueños y son míos, no me los va a quitar nadie. Con ese conocimiento y una sonrisa en los labios se pueden conseguir muchas cosas.

Es curioso lo diferentes que se ven las cosas desde dos puntos de vista diametralmente opuestos. Cuando se está debajo de los cascos de los caballos, siendo arrollado por el carro, uno siente que está vivo, que el corazón le late deprisa cerca de la muerte y que desea agarrarse al momento como un náufrago a su tabla. Cuando vuelves a tomar control de las riendas, la suficiencia te embarga, el poder fluye de nuevo por tus sentimientos y lo miras todo con ojos cansados y más tristes, pero posiblemente más sabios. Añoras la sensación de estar vivo, el torbellino de pasiones desatadas, el huracán de miedos irracionales... Pero ningún alma cuerda puede sobrevivir bajo la tormenta mucho tiempo sin perderse. O sin quedarse sola, lo cual es peor aún.

He vuelto. Le he cortado las alas a mi corazón para que pueda respirar un poco. He vuelto. Más frío, más sonriente, más racional. He vuelto y sé lo que quiero y cómo lo quiero. A quien no le parezca bien, que se aparte de mi camino, el carro no va a apartarse esta vez. Y el camino me lleva a unas vacaciones a la zona de Gandía, donde puede que haya un soldadito valiente, un querubín, un arcángel... Pero sobre todo llevo a mi osete de peluche, el que quiero que sostenga mi mano cuando parezca titubear por el miedo. El que sigue a mi lado y el que lo hará mucho más tiempo. "Me complicarás la vida". Sí, pero a nuestra manera.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Hola,

Me ha gustado la expresión de sentimientos que plasmaste en la pantalla. Puedo decirte que te entiendo porque mi vida ha sido marcada con muchas experiencias contradictorias.
Voy a tomar la alegoría del jinete y el caballo. Hay dos formas de saber que se está vivo; una debajo de los cascos del caballo otra sobre él llevando las riendas.

Italo Violo

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