20 julio, 2006

Malos tiempos para la lírica

Miércoles, 19 de julio de 2006

Hoy he cambiado como quince veces de tema para escribir, porque no se me ocurría nada coherente y menos aún con algo de interés incluso para mí. Justo antes de abrir esta página y empezar a teclear, se me había ocurrido una idea que iba a desarrollar sobre la marcha. Algo acerca de las sorpresas que te da la vida, a cuento de una cosita que me contaron ayer después de la reunión de Gylda. Tenía buena pinta, aunque iba a hablar de una forma muy metafórica porque desde luego hay personas implicadas que puede que conozcáis (o no, que es más probable, pero vete a saber) y no es plan de airear los trapos sucios de nadie.

Por eso, además, os anuncio que no voy a publicar las fotos de personas que son reales, que existen y que pueden enfadarse con toda la razón del mundo si las expongo aquí a la vista de cualquiera que pase. La "princesita" y el "masajista" no son mala gente y en el fondo sólo hacían lo que sus hormonas buenamente les sugerían. Mi niñito de Bilbao (el que tanto insiste en que lo adoptemos) hace bien en no ir alardeando de culo y ser recatado, no todo el mundo es un exhibicionista. Con lo cual esas fotos quedan en mi haber personal y no saldrán de él ni aunque los retratados lo autoricen.

Finalmente el tema de la noche no tengo ni idea de cuál va a ser. El título pertenece a una canción que alguno conoceréis y que siempre me viene a la cabeza cuando lo veo todo un poco gris. Y está gris porque es otra de esas noches en las que un acontecimiento casual, revoluciona todo nuestro esquema mental y lo pone patas arriba. Y no tiene que ser algo escandaloso ni terriblemente desagradable. Simplemente es verme enfrentado a mí mismo y tener que reconocer que no acabo de gustarme. Patochadas que hace uno cuando el calor aprieta.

Algunos tenemos la mala costumbre de intentar conocernos todo lo bien que podemos. Yo mismo me planteo mis motivaciones tras algún acto extraño o curioso que he llevado a cabo para, en caso de repetirlo, que no sea por mero instinto, sino desde la consciencia de mis actos. Vamos, que intento hacer las cosas a lo loco sólo la primera vez. Pero cuando lo que te muestran es una imagen externa que creías que habías superado, ay de mí, qué batacazo. No sólo me ha chocado, sino que al principio he estado áspero y desagradable. Luego he decidido seguir escuchando (total, lo peor ya había pasado) para caer en una actitud un tanto más incierta entre la melancolía y la apatía, donde me debato ahora. Por eso la reflexión de hoy se va a quedar algo corta, tal vez sesgada y desde luego sin el "continuará" típico de las series americanas cuando cambian de temporada. Sólo os dejo una idea: los espejos son malos consejeros porque muestran la verdad desvirtuada o al menos afectada por el material que nos refleja. Además el espejo que nos ofrece cada persona nos dará una imagen diferente, lo cual puede añadirse a nuestra propia confusión. En vez de mirarnos tanto en los demás, es mejor cerrar los ojos y recordad nuestra propia imagen, la que hemos creado con el paso del tiempo y que nos pertenece, nos guste o no.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Cuando consigas mirarte en un espejo sin sentir que es otro quien mira, sin ver defectos y sin sentir cierto desprecio: habrás logrado amarte; serás invencible.

Piénsatelo: un pelín de narcisismo viene bien.