12 septiembre, 2006

Ángel y demonio

Lunes, 11 de septiembre de 2006

Maldiciónmaldiciónmaldiciónmaldiciónmaldición. El vampiro no dejaba de repetirse la misma palabra cuando entró en su apartamento a toda velocidad. Pese a estar completamente alimentado sentía a la Bestia royendo su interior con una fuerza inusitada, rugiendo y bramando con ira contenida. Se mordió el labio inferior hasta notar el sabor de su sangre en la boca y respiró hondo, por pura costumbre, hasta conseguir apaciguarse un poco. El remolino de emociones seguía girando, pero al menos no amenazaba con convertirse en un huracán.

¿Por qué tenía que volver a pasarle a él? ¿Qué tipo de mal había caído sobre su persona para causarle este tormento? O tal vez todo era una fantasía de sus sentidos alterados por aquella fatídica noche... Pero no, no era posible, no podía ser. La sensación era real, tan real que aún notaba la dulzura del icor celestial fluyendo por sus venas. Y ojalá que durara siempre.


Aquella noche había comenzado como siempre. El vampiro se había arreglado para la caza, un fin de semana más en la misma ciudad de siempre. Había dedicado el tiempo necesario a componer una imagen precisa de lo que sería un seductor nocturno, consiguiendo que la víctima elegida cayera a sus pies con el menor esfuerzo posible pero siempre jugando. No había éxito sin riesgo y la caza siempre tenía los suyos. La discoteca, como siempre, estaba atestada y había una larga fila esperando para entrar. Para el vampiro no fue necesario, se dirigió directamente al portero y sonrió ampliamente, añadiendo que no sería adecuado hacerle esperar tanto tiempo para pasar, era alguien importante, un VIP. Fue sencillo dejar que las capacidades sobrenaturales hicieran efecto y el pobre diablo se convenció rápidamente de que ciertamente debía dejarle pasar sin demora, a pesar de las quejas de quienes llevaban largo rato esperando. Y allí fue donde captó el olor a humanidad, nada más traspasar el umbral. El apelotonamiento de cuerpos sudorosos, saltando al ritmo de la música del momento hizo que su hambre se despertase casi inmediatamente. Se controló y se dirigió a la barra para pedir una copa, que iría derramando poco a poco, dando una sensación de normalidad que necesitaba en su mascarada. Y entonces fue cuando le pareció verlo, un revoloteo de plumas blancas como la nieve entre en gentío. En un parpadeo no había nadie allí y sólo quedaba una sensación de vacío.

Navegó entre la multitud deslizándose sin problema gracias a sus habilidades especiales. Intentó reconocer algunas caras, pero todas las que se volvían hacia él estaban interesadas en su magnetismo sobrenatural e influenciadas por alguna combinación inadecuada de sustancias alcohólicas y psicotrópicas. Solamente cuando dejó de buscar y dio por sentado que no volvería a verlo, un camino se fue abriendo hacia un joven de dorados cabellos que bailaba al son de la música con una camiseta azul celeste que tenía un par de alas de ángel dibujadas en la espalda. El vampiro se estremeció y todos sus nervios recordaron aquella noche fatídica en la que creía que se había perdido para siempre. Cuando el joven ángel se giró y abrió los ojos color verde (aquella noche, otras eran color miel), sus labios se curvaron en una sonrisa sincera. Se acercó con divina gracia y acercó sus cálidos labios al oído del cazador nocturno. "Te echaba de menos", le susurró por encima del fragor de los altavoces. El vampiro seguía petrificado y se dejó coger de la mano para arrastrarlo a un lugar más tranquilo. Cuando por fin se sentaron en una sala reservada, frente a frente, ambos se dijeron todo sin hablar. Sus ojos reflejaban emoción contenida, pensamientos no expresados, sensaciones desbordantes. Se lo dijeron todo sin hablar. Fue el ángel quien posó su mano delicada sobre la fría mano del no-muerto y dijo una sola frase: "Yo podría redimirte." "Sabes que es imposible, ángel mío, mi alma está condenada desde el mismo momento en el que me transformé en vampiro." "Soy un arcángel, tengo el poder suficiente para redimirte." Las miradas volvieron a cruzarse. Se lo dijeron todo sin hablar.

El vampiro volvió al momento presente a tiempo para contener un ataque de ira. ¡Que Caín le maldiga! Los siguientes recuerdos eran una vorágine de sensaciones e imágenes en las que aparecían dos cuerpos desnudos entrecruzados, dos labios fundidos en uno, dos almas rozando el infinito. ¡Maldición! Había sido un momento tan delicioso que sería imposible de olvidar.
Maldiciónmaldiciónmaldiciónmaldiciónmaldición.Y lo peor es que estaba deseando que su ángel volviera a aparecer.

Maldiciónmaldiciónmaldiciónmaldiciónmaldición.

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