02 septiembre, 2006

Paz y Tranquilidad

Viernes, 1 de septiembre de 2006

Podría ser una falsa alarma, podría ser que quiera engañarme a mí mismo, podría ser que la conjunción de planetas haya sido adecuada hoy, pero el caso es que me siento un poco mejor. Y eso que el día no ha comenzado especialmente bien...


Las mañanas me matan. Cada vez que me despierto, mis defensas mentales están bajas y mi “yo negativo” hace de las suyas, dejándome bastante hundido. Vuelven a subirme los niveles de angustia y me entran las ganas de llorar hasta por el anuncio más ñoño. Los miedos se hacen los amos de nuevo y oscurecen el horizonte con nubarrones de desesperación. Hoy por suerte he conseguido mantener mejor el tipo, sólo ha habido un par de momentos de crisis pero parece que he conseguido que mi personalidad Toreador aflorase de nuevo, he podido controlar o disimular las lágrimas y la sonrisa, aunque triste, ha flotado en mi cara como un fantasma.

Y aunque parezca mentira, pese a lo poco (o nada) que me apetecía, me ha venido bien ir a trabajar. Claro, que a primera hora estaba con mi compañera, por lo que he tenido a alguien con quien hablar de insustancialidades, bromear y relajarme. Sin embargo, ha sido un poco más tarde cuando ha sonado el pequeño “clic” en mi cabeza, ese clic que tan bien sabe definir Tenesse Williams en “La gata sobre el tejado de zinc caliente”, un texto que merece la pena leer para comprender lo complicados que podemos llegar a ser por una puta mentira. Un clic y todo encaja en su sitio, todo vuelve a donde debía estar. Un clic y la paz interior queda posada sobre los restos del naufragio. Un clic que debo agradecerle a Montse. No, no os esforcéis porque no la conocéis. Trabaja en la joyería de al lado de mi tienda. Tiene más de 40 pero un espíritu de 20. Siempre hemos tenido muy buen rollo pero hoy no he podido por menos que descubrirme ante su perspicacia, porque no ha parado de preguntar hasta sonsacarme qué me pasaba. Y se lo he contado. Todo. Desde el principio, con ese estilo tan caótico que me caracteriza. Quién podría decir que darían tanto de sí quince días con sus quince noches. Todo. Y ha salido con tanta facilidad que me he asustado, lo he sacado de mí como una necesidad vital, como un torrente retenido todos estos días, sin dejarme nada en el tintero, sin tener que esconder nada por lo que fuese a pensar o a quién se lo diría. Me he vaciado, he volcado el vaso de las penas y se ha derramado por el suelo con un aroma angustioso y polvoriento. Y “clic”. La angustia había pasado, estaba sereno como hacía tiempo. Podía mirar a los días pasados y sonreír con complacencia paternal como un padre mira al niño que tropieza contra el cristal repetidas veces. ¡Qué tonto he sido!

No implica necesariamente que mis sentimientos hayan cambiado de forma radical. Sigue estando latente la violenta necesidad de abrazarme a un soldadito valiente y dejarme llevar por el deseo y la pasión. Sigue serenando mis recuerdos la dulce mirada de Javi y los buenos momentos juntos. Pero asumo que mi vida ha de ser así, con dudas y miedos que no van a resolverse por más que sufra. Si tengo que esperar al fin de semana que viene para tener unas pocas horas de inexpresable felicidad, esperaré, pero sin angustiarme más de lo debido. Si debo esperar al domingo para poder ver una sonrisa (espero) de que me complazca, esperaré, pero sin hondos suspiros ni dramáticas lágrimas. La máscara ha vuelto a levantarse, como debe ser, ocultando mi verdadero rostro para fingir que todo va bien, que el muerto sigue en pie (parafraseando a Bécquer).

El círculo ha vuelto a cerrarse como siempre. He vuelto al punto de partida y a lo que no deseaba bajo ningún concepto. Vuelvo a la serena frialdad, al conformismo coherente, a la relajada ansiedad. Aún así sigo caminando por la cuerda floja, sin red, como decía ayer. Las armaduras de hielo pueden resquebrajarse al mínimo temblor y aún ha habido alguno durante la tarde. Posiblemente vuelva a caer, posiblemente entre de nuevo en la espiral de sentimientos encontrados, de hecho estoy esperando que me ocurra en cada momento. Sé que un recuerdo, una imagen mental o un comentario inadecuado harán que mi barco naufrague de nuevo y deba boquear para conseguir algo de aire en la confusión de la tormenta de mi alma.

Estoy hecho un lío, un delicioso lío entre el amor y el desamor, entre la pasión y la razón, entre un “je t’aime, moi non plus” y un “t’adore, mon amour”. Sé lo que quiero pero no sé si lo quiero. O tal vez no sepa lo que quiero pero no quiera lo que sé. O tal vez…

1 comentario:

Anónimo dijo...

O tal vez te estás rallando muchísimo más de lo que debes, y fíjate quién leches te lo está diciendo, el señor ralladuras.
No te comas tanto el tarro. Te diría que es un síndrome post-vacacional (porque post-parto lo dudo mucho, esa barriguita no daba patadas), pero no soy psicólogo, y eso te lo habrás dicho hasta tú mismo.

En fin, prefiero hablar estas cosas más en privado, así que mañana, si no te importa, te rallaré a perdidas hasta que me hagas caso y me contestes.

Un abrazo, y no uno de palmadita en la espalda, sino uno de apoyo fraternal e incondicional.